-Se podía ser analfabeto o saber poco de letras, ¿pero de cuentas y perras…? Cualquiera que tuviera que comprar o vender alguna cosa, dominaba a la perfección el valor de las monedas relacionadas con la peseta.- Estos y otros muchos comentarios hemos escuchado de épocas anteriores a esta nuestra, que muy poco sabemos de las perragordas, de los reales y de las pesetas rubias. Ahora todo son euros. No digo nada de las monedas de plata, que no tuvimos la suerte de conocer ni antecesoras de ellas; pero sí conocimos, lo que bien pudo llamarse «La Tarjeta de Crédito», realizada con un material muy natural que crece en los humedales: LA CAÑA.
Era esta, un trozo de caña entre dos de sus nudos, cortada por la mitad, cuyas partes quedaban guardadas por el vendedor una mitad y la otra mitad por el comprador y, donde, mediante unas marcas profundas hechas con un cuchillo, navaja o útil cortante, uniendo ambas, se anotaba la cantidad o el valor estipulado de lo que se adquiría. Tengo entendido, que se usaba en algunos comercios y panaderías marcando una raya por cada pan comprado, pero, unicamente las recuerdo en el herradero de caballerías, donde se marcaban en las cañas las herraduras que se ponían a caballos y mulas durante el año. Cuando terminaba la recolección en estos pueblos de secano, finales de agosto o ya en la sanmiguelada, se liquidaban las deudas contraidas en el herradero, simplemente pagando y destruyendo las cañas. El veterinario, propietario y responsable del herradero, generalmente cobraba una «iguala anual» por el numero de caballerías que tenía cada agricultor, cuidando de la salud de las mismas y curando alguna herida.
La mayoría de los pueblos de la comarca tenían su herradero y en Ejea, hasta los años sesenta, contaba con dos de ellos. Uno regentado por D. Jesús Sanchez, que construyó en Ejea la primera plaza de toros de obra y un nuevo edificio para herradero y clínica veterinaria donde ejerció con él, su hermano D. José Mª, trabajando en el herradero Antonio Sierra. El otro herradero, era de D. Manuel Navarro, del cual comenté en un anterior post: «Si alguien captó y expresó con sus versos con toda la crudeza, la vida de los labradores en el año 1951 y lo que las fiestas representaban para ellos, fue “Manolo Navarro”, D. Manuel Navarro Alcayne, veterinario de profesión, con su clínica veterinaria y el herradero, donde en su fragua se forjaban las herraduras, se cepillaban los cascos de las mulas y se les clavaban otras herraduras nuevas. Todo ello en el Paseo del Muro, donde hoy existen nuevos y bellos edificios.
Recuerdo, enfrascados en aquel duro trabajo de aquel herradero, al Sr. Filo Montañés con su socio Valero Lambán y su hijo Julio Lambán, que con buena salud, aún puede contarlo.
He tratado de encontrar estos recuerdos, usados hasta los años sesenta, entre las muchas cosas que guardan los Hnos Ramón Mena, en el museo etnológico de los Hnos Miguel Longás y entre la colección de máquinas y aperos de Marcelino Jimenez (+) «El pintanero»; pero no he podido encontrar ninguna de aquellas sencillas cañas, que como queda dicho, se destruían o quemaban en la fragua cuando se liquidaba la deuda.
Para recordarlas en este blog, no he dudado en realizarlas tal como las recordaba y bautizarlas con ese meritorio nombre : «Las más viejas Tarjetas de Crédito», ya que «La primer tarjeta de crédito del Diners Club se repartió en 1950 a 200 personas (la mayoría eran amigos y conocidos de McNamara) y aceptada por 14 restaurantes en Nueva York».
1 comentario
Interesante publicación, Pepe. Había oído de esas cañas que se empleaban para las compras a crédito, pero nunca las había visto. Gracias a tu predisposición (y maña, todo hay que decirlo) podemos tener una imagen de tal como eran. Gracias.