Jaime Carbonel Monguilán* (Tauste, 1959) es arquitecto técnico y trabaja como profesional libre en todas las áreas propias de su titulación, principalmente dirección de obras. Sus intervenciones en obras de restauración del patrimonio le han llevado a conocer los aspectos más singulares de la arquitectura tradicional aragonesa, como el uso del yeso como material de agarre en lugar del mortero de cal, que era lo habitual en el resto de casi todo el mundo. Su dedicación al estudio detallado de la torre de Santa María de Tauste arroja unos resultados sobre su datación bien diferentes de los que se han sostenido tradicionalmente. Unas conclusiones que afectan de manera muy positiva al pasado de Tauste y a las consideraciones sobre el verdadero origen de la arquitectura mudéjar aragonesa.
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CONSIDERACIONES SOBRE EL PATRIMONIO ZAGRÍ
Hace unos nueve años, con motivo de la aparición de unas grietas en las bóvedas de la Iglesia Parroquial de Santa María de Tauste, tuve ocasión de visitar el espacio que existe entre estas y el tejado para averiguar las causas de aquellas patologías. Aproveché para recorrer algunos recovecos ocultos de aquel lugar tan sugerente como desconocido y descubrí que, entre el muro que cierra los pies de la nave y la torre, había, a esa altura, una separación de unos ocho centímetros. Me asomé a esa “cámara” y comprobé asombrado que, mientras la pared que correspondía a la torre tenía sus hiladas perfectamente rejuntadas, la de la iglesia presentaba las rebabas de mortero características de una obra que ha sido levantada junto a otra ya existente.
Resultaba una prueba evidente de que la torre se había construido antes que la iglesia, contra todo lo que se había dicho hasta entonces. Comenzaron a arremolinarse en mi mente las observaciones que, desde tiempo atrás, venía haciéndome el arquitecto José Miguel Pinilla y que parecían indicar que esa torre, quienquiera que la hubiese hecho, en ningún momento pensó en alojar campanas pues, para colocar estas, tuvieron que romper los maineles de ladrillo que dividen los ventanales. Reconsideré otros detalles, como el hecho de que la iglesia, siendo un templo cristiano medieval, no se encuentra orientado hacia el este, sino hacia el sureste (orientación propia de las mezquitas) y retomó fuerza la pregunta de por qué la iglesia de San Antón (situada en un arrabal) se había construido antes que la de Santa María, siendo que esta siempre ha ocupado el enclave principal de la localidad.
La idea de que la torre hubiese sido edificada como alminar islámico no tenía cabida en nuestras mentes porque siempre fuimos educados en la creencia de que la presencia de aquella cultura en estas tierras había sido algo circunstancial y poco relevante. En las clases de Historia, en el instituto, era frecuente pasar de los visigodos a la Reconquista sin detenerse apenas en lo islámico. Ahí quedaban unos cuantos siglos de nuestro pasado en la oscuridad más absoluta, como si de nuestra historia no se hubiese tratado. Los historiadores decían que, antes de la llegada de Alfonso I el Batallador, Tauste era un núcleo sin apenas entidad de población: tan solo una fortaleza de escasa importancia con unas pocas viviendas a su alrededor. ¿Cómo iban a construir aquellas gentes semejante alminar? ¿Para qué?
Era necesario replantearse el pasado, cuestionar aquellas enseñanzas convertidas en dogmas y mirar a nuestro alrededor con nuestros propios ojos. Si la obra de la iglesia de San Antón (siglo XII) se había comenzado antes que la que hoy conocemos como de “Santa María” (siglo XIII) fue porque, en el mismo lugar donde esta se ubica, por aquel entonces había otro templo ya dedicado a la Virgen, que no era otro sino la mezquita aljama que los cristianos habían encontrado en este lugar y consagrado para su liturgia. Esta explicación, aunque tímidamente, es admitida por los historiadores como más que probable, dada la alta frecuencia con que este hecho se produce en otros lugares. Bajo esa hipótesis, la torre podría haber sido el alminar de aquella mezquita, que se habría construido separado de la misma, como era habitual, lo que explica que todas sus caras se encuentren perfectamente rejuntadas. Pero un alminar tan grandioso correspondería a una mezquita también importante y no podía haber sido erigido en una población tan insignificante como siempre nos habían pintado. Comencé a recopilar datos de aquella época que nunca nos contaron en nuestra formación académica y descubrí todo un mundo fascinante que abarcaba nada menos que cuatro siglos de nuestra historia con un esplendor inusitado en todos los campos del progreso (agricultura, regadíos, medicina, filosofía, astronomía, música, arquitectura, etc.) y que había tenido su “siglo de oro” a partir de 1018, año en que, tras el desmoronamiento del califato de Córdoba, el gobernador de Zaragoza declara un Estado independiente, abarcando buena parte del valle medio del Ebro. Nacía el reino de Saraqusta con Mundir I como primer monarca, cuando Aragón todavía era un pequeño condado dependiente de los reyes de Pamplona, arrinconado en los Pirineos. Era la primera vez que surgía un Estado en estas tierras con carácter propio, con un territorio extenso, rico y próspero al que, atraídos por la liberalidad de sus gobernantes, llegaban notables personajes que huían de la fitna (la guerra civil). También sabios llegados desde Persia, portadores de una cultura que, en aquella época, era la más avanzada del mundo conocido (baste decir que, en aquel entonces, hablar de Bagdad era algo similar a, hoy en día, hablar de Nueva York). Venían a un medio muy similar al de su origen: ricos oasis en medio de grandes desiertos. No olvidemos que el valle medio del Ebro es una gran estepa surcada por el río Ebro y sus afluentes, a lo largo de los cuales ya se cultivaban fértiles vegas que constituyen oasis lineales.
Teniendo en cuenta estas informaciones, no era de extrañar que en Tauste hubiese habido un núcleo de población suficientemente importante que justificara la construcción de semejante alminar, considerando la antigüedad de las huertas del Arba (aún quedan los restos del azut) y el hecho de que, por su situación, tuvo que ser un lugar estratégico dentro del área de influencia de la capital.
¿Es posible que de todo ese esplendor, que acaba en 1118 con la conquista de Zaragoza por Alfonso I el Batallador, solo nos quede como testimonio el Palacio de la Aljafería? ¿Tan mal construían aquellos “moros” como para que ninguna de sus construcciones mereciera ser conservada? ¿Por qué dos siglos después de esa conquista surge en el cristiano reino de Aragón una arquitectura de ascendencia islámica (la mudéjar), de la nada, como una Atenea nacida de la frente de Zeus, con casco y coraza incluidos?
Se hacía necesario considerar las teorías de los arquitectos Javier Peña y José Miguel Pinilla, quienes vienen defendiendo desde hace décadas que, dentro de la arquitectura mudéjar aragonesa, catalogada como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, se hallan “camuflados” algunos edificios (principalmente torres) que constituyen un valioso legado de aquella época y que representa el verdadero origen de esa arquitectura mudéjar.
Con todo esto, la teoría “alminarista” de la torre de Tauste adquiría una solidez de la que, desde luego, carecía la versión tradicional que siempre habíamos conocido. El hallazgo del cementerio musulmán supuso el espaldarazo definitivo, pues vino a corroborar la importancia de la población en aquella época: se descubría en 2010 una necrópolis de unas tres hectáreas de superficie cuya densidad de tumbas conduce a la cifra de unos 4.500 enterramientos de personas adultas, más las infantiles intercaladas entre las mismas. De los estudios radiocarbónicos que se llevaron a cabo se concluyó que el cementerio abarcaba los cuatro siglos de presencia islámica en el valle medio del Ebro y fue notorio el interesante hallazgo de la fecha absoluta más antigua para un enterramiento llevado a cabo por el rito islámico, junto con el cementerio de la plaza del Castillo de Pamplona, de todas las analizadas mediante el Carbono 14, en toda la Península Ibérica. En la línea de que la llegada del islam a estas tierras fue más una invasión cultural que no tanto de gentes venidas de fuera, se corroboraba que Tauste ya era una población estable y asentada antes de aquel hecho y que siempre hubo una continuidad en sus gentes, transmitida de generación en generación. La conversión al islam fue algo traído por las circunstancias que atravesó en aquella época la antigua Hispania como consecuencia del vacío de poder visigodo en los comienzos del siglo VIII.
Más que filigranas decorativas, símbolos de Fe y textos árabes
No me extenderé aquí en describir cómo está realizada la torre desde el punto de vista constructivo y los importantes avances que en este conocimiento hemos logrado durante los últimos años. Los interesados en ello pueden visitar los sitios WEB de la Asociación Cultural “El Patiaz” y de “Zagr-Alandalús”, así como conocer la reciente infografía y toda su recreación, donde, de forma didáctica, se muestra esta sugerente obra del siglo XI de manera muy distinta a las versiones simplistas –cuando no erróneas- que siempre nos dieron. Tan solo destacar el paño decorativo exterior que hay bajo el cuerpo de campanas, sobre el que especialistas en caligrafía árabe han detectado símbolos que corresponden a la Profesión de Fe del islam (“No hay más dios que el Justo…”). Lo verdaderamente llamativo de este paño, que se repite por igual en las ocho caras, es que, hasta la fecha, no se ha encontrado ninguno igual en todo el mundo, lo cual resulta especialmente singular tratándose de una arquitectura como la islámica donde los motivos ornamentales se repiten tanto a lo largo del espacio como del tiempo, a diferencia de la occidental, donde unos van dando paso a otros a medida que evolucionan los sucesivos estilos.
Es aquí donde deseo resaltar la verdadera importancia de todo lo aquí expuesto. “¿Para qué tanto énfasis? ¿Qué más da, si la torre es la misma tanto si se ha construido en el siglo XI como en el XIII?”, me han comentado en alguna ocasión. A esto se puede responder con la siguiente pregunta: “¿tendría la Giralda de Sevilla el mismo valor patrimonial y despertaría la misma fascinación si, en lugar de ser el gran alminar que levantaron los almohades en el siglo XII, fuese un campanario mudéjar del siglo XIV? Por supuesto que no. Hubieran podido hacerlo los mudéjares tras siglos de cristiandad en aquella ciudad, pero el encanto que experimenta el visitante, cuando sube por aquellas rampas y se siente transportado a otra época tan diferente, no lo tendría.
Vista de Tauste desde el Santuario de Sancho Abarca
Las cosas tienen mayor o menor valor en función de su exclusividad y, en el caso de nuestro patrimonio, resulta algo olvidado, dejado por nosotros mismos, a veces incluso denostado, porque lo vemos como algo vulgar, mientras observamos que, en otros lugares, lo de sus gentes es para ellas lo mejor del mundo entero. Ocurre con el paisaje: en las bajas Cinco Villas y valle medio del Ebro, el medio es estepario y lo tenemos por “feo”, mientras que ante los ojos de cualquier europeo resulta algo fascinante. Claro que el valle de Ordesa es precioso (por poner un ejemplo), pero los “valles de Ordesa” abundan en cualquier país europeo, mientras nuestro desierto es el más septentrional de Europa. Nos parece sencillamente “feo” y no se nos ocurre pensar que podría constituir un activo importante en nuestras vidas, mientras -sin ir más lejos- Navarra promociona sus Bardenas Reales, y no digamos el gran reclamo turístico que suponen los grandes desiertos americanos, de aspecto similar al nuestro.
Además, aquí se da una inusitada coincidencia con aquellos paisajes persas, y es la presencia de yeso en sus formaciones geológicas, un material de construcción que, mientras no comenzó a utilizarse el cemento como conglomerante habitual (ya en el siglo XX), siempre fue el habitual, incluso en obras expuestas al ambiente exterior, con muy buenos resultados. Es el caso de toda la arquitectura tradicional aragonesa. Aquí siempre se colocaron los ladrillos con pasta de yeso, mientras en el resto de la Península y de casi todo el mundo, se empleaban los morteros de cal. Así hasta llegar a Bagdad: en Persia también se empleó siempre el yeso de forma tradicional.
Debido a la coincidencia del medio físico, a la llegada de la cultura oriental a través del Mediterráneo y la ruptura política con Córdoba, los sultanes de Saraqusta abandonaron los modelos de la arquitectura siria (en los que se había inspirado la cordobesa) y abrazaron los de la persa, donde se hallaba el mayor esplendor del momento: una arquitectura de ladrillo y yeso, cuyas técnicas proporcionaban una plasticidad y un refinamiento muy especiales.
Las técnicas de construcción de las torres octogonales vinieron de aquellas tierras lejanas y así surgió una arquitectura persa en un medio similar al de “Las Mil y Una Noches”. En Zaragoza y su entorno se edificó, en primer lugar, la torre de San Pablo; después la de Tauste (de dimensiones análogas a la de San Pablo, pero con una construcción más depurada) y, en medio de las dos –equidistante entre ambas y estableciendo contacto visual entre las mismas- la de Alagón, de donde se deduce la función militar de estas construcciones, además de la de lugar de llamada a oración (función que aún hoy siguen cumpliendo mediante el tañido de campañas). Estas torres constituyen, sin duda, el origen de esa tipología y, de las tres, es la de Tauste es la que se conserva en su estado más puro. Por otra parte, conviene saber que, torres octogonales construidas en ladrillo y yeso, solo existen en Aragón y en Persia. Tan solo hay alguna en el Magreb (pero más recientes y llevadas a cabo por moriscos aragoneses o sus descendientes que se instalaron allí tras la deportación de 1610) y las torres octogonales catalanas construidas en piedra también son posteriores a las nuestras, posiblemente inspiradas en ellas, contra todo lo que se ha dicho, incluso por algún historiador aragonés.
Sin dejar de lado las conclusiones obtenidas por los historiadores del arte, será necesario que la Universidad de Zaragoza, a través de los nuevos departamentos de las escuelas de Arquitectura y Arquitectura Técnica de la Universidad de Zaragoza, aporte sus propios estudios para llegar a resultados definitivos y acordes con estas realidades. Mientras tanto, convendría que, los que somos de aquí, fuéramos aprendiendo ya a contemplar “lo nuestro” con otra mirada diferente y valorarlo como se merece.
Jaime Carbonel Monguilán
Tauste, octubre de 2016. Fotos del autor (Clicar y agrandar)
12 comentarios
Sólo decir, Amén, Amén a todo.
Jaime, además de un excelente constructor, se revela también como un excelente escritor. No es fácil contar lo que explica pero lo consigue sin esfuerzo aparente.
Quiero aprovechar este rincón para contar algo sobre el topónimo Tauste, sobre el cual divagamos a veces Jaime y yo. Es obvio que no tiene nada que ver con el castellano lo que nos permite saber que existía mucho antes de la conquista aragonesa, ni con el latín, lo que nos conduce su significado y origen a la época andalusí o a la prerromana. En primer lugar decir que me costó trabajo convencer a Jaime que en época andalusí debió llamarse Tawust (léase Taust) que da directamente el Tauste castellano aragonés. Y ese nombre latinizado en los documentos del s. XII resulta Tabustum, por lo que directamente debe desecharse la explicación de que proviene de la palabra «toba», material que pocos conocen y que además no existe en Tauste.
Me gusta la idea que avanzó un amigo común arabista de que provenga del idioma amazigh (beréber, para entendernos), ya que la primera sílaba sería el artículo y la segunda está relacionada con la sal. Y sal, cerca de Tauste, hay mucha, mucha, en Remolinos. Aun así sigo pensando que el topónimo es celtíbero, ya que el emplazamiento de la villa en un cabezo que domina la desembocadura del Arba en el Ebro seguro que fue aprovechado por nuestros ancestros celtas, como lo hicieron en la desembocadura de todos los afluentes del Ebro
Para tranquilidad de Roberto Gracia Segovia y de Carlos Blazquez que reclaman, con razón, la implicación de la Universidad en este tema, les podemos adelantar que gracias a la Escuela de Arquitectura, todas estas investigaciones van a ir teniendo la repercusión que hasta ahora no tenían. Estamos trabajando en ello.
Enhorabuena Jaime, nadie como tú sabe plasmar en un texto breve tanto y con tanta sustancia. Y además, creo, de una forma bastante inteligible para cualquier interesado.
Tu modestia te ha hecho que no expliques en este artículo el descubrimiento que hiciste al «destripar» las entrañas de la torre de que su estructura no era la que nos habían contado de «torre y contratorre» o de «alminar almohade», sino que esa estructura es más arcaica, algo así como un muro de gran espesor horadado por una escalera intramural. Es decir, un modelo anterior a lo que se denominó alminar almohade. Este descubrimiento es fundamental, y te lo debemos a ti que te mediste tu alminar ladrillo a ladrillo.
También gracias a tu tesón por demostrar que cuando se hizo el alminar Tauste era algo más que una aldea, se descubrió una extensa necrópolis islámica, que encima resulta que es una de las más antigua de Alandalus. Casi nada.
O sea, que nada menos que has dado la vuelta a la historia de Tauste. Y has escrito un capítulo importantísimo de la evolución de la arquitectura zagrí. La pena es que aún hay mucha gente que por diversos prejuicios o intereses creados, estas cosas les resultan molestas. También hay -cada vez más- otros muchos que ante la lógica de estos planteamientos abren los ojos a esta nueva visión de una arquitectura, la zagrí, que es la que dió origen de la arquitectura mudéjar.
Me ha vuelto a gustar, y no poco, lo que escribe este hombre. Siempre, además, tiendo a leerlo con despacio, supongo que será para que el deleite sea mayor, o dure más.
Y tras aplaudir, como ya he hecho en varias ocasiones y «para días» me canso de ello, el trabajo -y su exposición, completa y, sin embargo, sencilla e inteligible para cualquiera- que mi amigo Jaime ha llevado a cabo respecto al asunto que aquí nos trae; el denodado e inmarcesible celo que ha puesto en el empeño, y otras varias cosas que aplaudo a Jaime pues entiendo que así debo hacer para reconocer en público su merecimiento, paso a lanzar, a quien sea, a él mismo si lo sabe: ¿en qué situación se halla, si es que hay alguna actividad, el «negociado» adecuado de la UNIZAR en lo que hace a este asunto, que es de su competencia? Lo digo porque, leyendo el último párrafo, no me es dado saber si tienen allí algún conocimiento ni si hay movimiento (con el entusiasmo que cabría esperar, vistos los datos que ya se han obtenido, y que hube supuesto, según lo que entendí que es, o que debe ser, la Universidad).
También añado, con él, el emplazamiento a nuestros paisanos para que hagan, de verdad, suyo el patrimonio legado. Entiendo «de ley» que aprendamos y, luego, comuniquemos lo nuestro. Así, de paso, podremos defenderlo.
Acabo saludando a Jaime y volviendo a aplaudir la encomiable y ardua tarea que ha estado desarrollando (sin reblar, a pesar de los inconvenientes habidos y puestos).
Aunque lo importante no sea lo que a continuación diré, sin embargo quiero aclarar que no es exactamente así lo que he escrito y enviado. El primer párrafo es como sigue:
Me ha vuelto a gustar, y no poco, lo que escribe este hombre. Siempre, además, tiendo a leerlo con despacio, supongo que será para que el deleite sea mayor, o dure más.
Es decir, entre «leerlo» y «despacio» se ha perdido la preposición «con», que era como había expresado yo la cosa. Aunque no sea excesivamente importante para el fondo, sí que entiendo que lo es en cuanto a la forma. A mi forma: no es incorrecto (se puede preguntar a José Manuel Caballero Bonald su opinión), por tanto, no entiendo que se haya modificado el texto.
despacio
De de- y espacio.
1. adv. Poco a poco, lentamente.
2. adv. Con detenimiento.
3. interj. U. para prevenir a alguien que se modere en lo que va hablando, o en lo que va a hacer con audacia, con demasiada viveza o fuera de razón.
con despacio
1. loc. adv. despacio. U. m. en And., Bol., Col., Ec. y R. Dom.
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Gracias por vuestros comentarios y felicitaciones a los autores. Personalmente he querido agradecer otras felicitaciones recibidas a esta labor, pero a veces fallan las direcciones de correo que las envían. Gracias.
En todas las civilizaciones los templos han sido antes que los palacios. ¿ Como podía ser que existiera la AlJaferia y no existieran templos musulmanes?
Las aportaciones de Peña, Pinilla y Jaime Carbonell nos hacen descubrir una realidad que estaba ante nuestros ojos camuflada por la rutina académica.
Es preciso ahondar en la investigación técnica de nuestro pasado.
Excelente artículo. Felicidades. Pues lo has conseguido. Somos muchos quienes sospechábamos que mucho mudéjar es en realidad obra musulmana readaptada, pero los estudios parciales de la Universidad dedicados al aspecto artístico olvidando el técnico, han confundido mucho. Gracias
Hay que invitarlo más veces Pepe. Genio.
Me ha interesado y sorprendido, sobre todo la diferencia entre la cal y el yeso. La octogonal siempre ha sido un faro cultural inaudito.
En primer lugar felicitar a José Ramón Gaspar por esta iniciativa de las firmas invitadas que me parece muy interesante y a los diferentes autores por la calidad de los artículos.
Además de este blog sigo con interés el de mi paisano Jaime Carbonel, me sorprendió cuando en su día leí sobre el hallazgo del cementerio musulman en Tauste, sobre todo por la extensión de la necrópolis que esta documentada, la cantidad de cuerpos encontrados y la estimación que se hacía sobre los enterramientos, 4500 y dos niveles de ocupación, con lo cual el arqueólgo aseguraba, además de una gran extensión, un periodo largo de asentamiento de la población en el territorio. También me sorprendió la fecha tan temprana para los análisis de Carbono 14 que hicieron los del Patiaz y que dió como resultado la tumba islámica datada más antigua de Aragón y que pertenece al siglo VIII.
Después de esto ya no me sorprende que la torre la hiciesen en esos siglos nuestros antepasados taustanos, como dice Jaime, convertidos por las circustancias al Islam, y si eran «moros» tendría que haber una mezquita para rezar y si había una mezquita, tendría que haber un muecín, y si habia que llamar a los fieles a la oración, tendría que haber un minarete, y ¿Que minarete mejor que la torre para alabanza de Alá y su santo nombre?
También quiero felicitar a Jaime Carbonel por ese relato en entregas sobre su viaje a Irán buscando similitudes entre la torre de Tauste y las construcciónes persas, tengo que reconocer que me cautivó.
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