*Óscar Martín Estallo (Huesca, 1975). Ingeniero agrónomo de formación y naturalista de vocación; trabajo en el Departamento de Desarrollo Rural y Sostenibilidad del Gobierno de Aragón. Me declaro amante irredimible del Prepirineo olvidado, hogar del cajico y el bucho, donde disfruto de sus caminos y su silencio.
Conocía su pasión por la Naturaleza, sus escritos llenos afecto hacia lugares concretos de Aragón y sus conocimientos de esas extensiones dedicadas a la agricultura y ganadería denominadas Pardinas y que tan importantes fueron en la vida rural de Aragón, incluso en varios de nuestros pueblos en las Altas Cinco Villas. Fue esta importante razón la que me impulsó a pedirle a Oscar Martín Estallo colaborase en esta sección de FIRMA INVIATADA de mi Blog.
En algún momento llegaron a este, por mi parte, algunas de esas Pardinas asentadas en el término de Sos del Rey Católico, y hoy, con el conocimiento particular y profundo de Oscar sobre esta temática, podemos conocer la vida e historia de algunos de esos parajes que se extienden por el prepirineo oscense, hoy prácticamente desolados, terminando su relato en la Pardina Miranda entre Pintano y Bagüés en las Cinco Villas. Gracias amigo Oscar por tu participación en mi blog. José Ramón Gaspar
MIRANDA. EL MUNDO DE LAS PARDINAS
Recientemente tuve el privilegio de que un proyecto mío viese la luz en forma de libro, gracias al apoyo de los Premios Félix de Azara, otorgados por la Diputación Provincial de Huesca. Os hablo de “Las pardinas del río Asabón. Crónicas de un mundo olvidado” y con él pretendí dar un homenaje a una sociedad rural que se perdió.
Una pardina es una gran extensión de terreno que incluye montes y campos de cultivo. En muchos casos, la explotación de sus recursos obligó al establecimiento de alguna familia dentro de la propiedad (los conocidos como “pardineros”), por lo que muchas veces, al hablar de pardinas, nos referimos también a viviendas aisladas en el monte.
Conocer este mundo es fundamental si queremos entender la idiosincrasia del Prepirineo occidental aragonés, ya que la gestión de este territorio se desarrolló mediante una combinación de pueblos y pardinas, con familias que vivieron indistintamente en uno u otro medio.
Pardina de Oruén
Esta interesante configuración de la geografía prepirenaica se debió a una combinación de elementos físicos (la orografía dificultaba la existencia de núcleos de población grandes y originó una explotación de los recursos basada en pequeñas aldeas) e históricos (tras la reconquista, las minúsculas aldeas pasaron a depender mayoritariamente de distintas instituciones, destacando en la zona el monasterio de San Juan de la Peña).
Al despoblarse los núcleos originales, el territorio quedó dividido en grandes cotos redondos, que comenzaron a ser cedidos por estas instituciones a particulares, generalmente en régimen de censo (quienes a su vez los arrendaban a terceros para su explotación). Es el origen de las pardinas.
En el libro realicé una descripción general de estos predios, para posteriormente centrarme en las pardinas que fueron habitadas entre finales del s.XIX y el s. XX en la cuenca del río Asabón, repartida entre los términos municipales de Longás, Bailo y Las Peñas de Riglos.
Las dimensiones de las pardinas hacen difícil su establecimiento una vez la población estuviese asentada, por lo que los historiadores coinciden en su origen antiguo, probablemente durante la Reconquista, cuando la geografía local se estaba configurando.
Por supuesto, el paso de las centurias fue haciendo aparecer y desaparecer cientos de villas, aldeas y pardinas, debido a epidemias, plagas, sequías y un largo etcétera. De ese modo, muchas aldeas perdieron su población, quedando reducidas a simples pardinas; mientras que otras pardinas podrían haber tenido buenos recursos, atrayendo población y convirtiéndose en aldeas.
La situación se mantuvo prácticamente inamovible hasta la Desamortización del s. XIX, un episodio que marcaría la última etapa de esplendor en la vida de nuestras pardinas. Las desamortizaciones fueron parte del proceso de introducción del capitalismo en el campo español, y supusieron la entrada en el mercado de una ingente cantidad de bienes que hasta entonces no se podían ni comprar ni vender, pertenecientes tanto al clero como a los ayuntamientos (conocidos como manos muertas).
A raíz de la Desamortización tuvo lugar un resurgimiento de las pardinas, ya que para rentabilizar las compras fueron construidas o reconstruidas muchas viviendas de pardineros. Las nuevas familias arrendatarias continuaron con este régimen de vida hasta mediados de los años 50 del pasado siglo, cuando coincidieron una serie de factores que provocaron el éxodo rural masivo conocido por todos.
LA EXPLOTACIÓN DE LA PARDINA
Los aprovechamientos eran comunes en todas las pardinas y, esencialmente, podemos resumirlos en la explotación de los campos de cultivo, los pastos y los recursos forestales.
En cuanto a los pardineros, vivían todo el año en la pardina y el contrato con el dueño podía ser de dos formas. Bien eran guardas asalariados (recibían un sueldo por cuidar y administrar la hacienda), bien eran arrendatarios (ganaban en función del rendimiento de la pardina).
La explotación agrícola variaba en función de la ubicación de la pardina, ya que en zonas llanas había parcelas incluso de dimensiones mayores a la media de los pueblos circundantes. En cambio, en las más montañosas había mucha superficie en ladera puesta en cultivo mediante artigueo, técnica que consistía en desbrozar el campo, apilando la materia vegetal obtenida en un montón (el “hormiguero”); tapándolo con tasca y tierra y prendiéndole fuego, para que se consumiese poco a poco. El campo resultante, conocido como artica, era explotado durante unos pocos años para ser abandonado y realizar un nuevo artigueo.
Prácticamente toda la tierra de cultivo se dedicaba al cereal, destacando el trigo, la cebada y algo de avena. La cebada se destinaba a la alimentación del ganado casero, mientras que del trigo, una parte se destinaba al pago del arriendo al propietario, otra se molía en molinos cercanos para hacer pan y el resto se vendía.
En cuanto a la ganadería, es importante para nuestra historia pardinera conocer el manejo de la cabaña lanar oscense (que según el censo de 1865 ascendía a más de 630.000 cabezas), ya que en esta provincia casi la mitad de las cabezas era trashumante. La cabaña ganadera del partido judicial de Jaca (adonde pertenece la zona estudiada) suponía el 35 % del total provincial y, de ésta, casi el 80 % era trashumante. Es decir, unas 180.000 cabezas de ganado lanar descendían por las cabañeras una vez al año.
Pardina de Ordaniso
Los ganaderos de los valles de Ansó, Echo y Aragüés usaban dos cabañeras principales en su trashumancia. Una baja hacia las Cinco Villas, descendiendo desde Ansó por Berdún, Martes y Sangorrín, bifurcándose aquí por un ramal hacia Longás, Luesia y Ejea; y por otro hacia Nofuentes, Fuencalderas, Sierra de Luna, Zaragoza y Fuentes de Ebro.
La otra cabañera pasaba por Santa Cilia de Jaca, donde también se dividía en dos, un ramal occidental que bajaba por Paternoy, Santa María de la Peña y Gállego abajo hasta los pastos de invernada; y uno oriental que por Santa Cruz de la Serós, Botaya y Anzánigo, bajaba hacia Sarsamarcuello, Loscorrales y Almudévar.
La importancia de la trashumancia en la pervivencia de estos predios proviene, como decimos, del tipo de manejo de los ganados, ya que usaban las pardinas como aborral o pasto de otoñada. Los rebaños bajaban al aborral en noviembre y permanecían ahí hasta mediados de diciembre, cuando partían hacia los pastos de invernada.
Al estar a mitad de camino entre el Pirineo y la ribera, los ganaderos encontraban además en las pardinas la infraestructura necesaria para facilitar la vida al pastor y los ganados.
Por último, debemos destacar la riqueza que suponía el recurso de la madera, una materia prima indispensable en cualquier tipo de actividad económica, desde infraestructuras (postes para el alumbrado nuevo o traviesas para el ferrocarril) hasta construcción (vigas), pasando por sus usos caseros.
Esta madera la vendían directamente los propietarios a los maderistas. Los pardineros, si en algún caso se llegaba a un acuerdo (con los propietarios o con los compradores), colaboraban en los trabajos de extracción. Todos los pardineros guardan recuerdos de este ya extinto mundo maderero. De las gentes que llegaban a sacar madera durmiendo en pajares y casetas, del estruendo de los camiones que subían por las pistas a recoger los troncos o de sus propias experiencias como picadores.
La distribución de la casa solía ser similar en todas las pardinas. En la planta baja, además de los almacenes de alimentos o aperos y alguna corraliza para animales caseros, destacaba el hogar, en muchos casos en un cuerpo adosado a la vivienda (Montañano, Chaz, Rompesacos, Lagé, etc.). El traslado de los fogariles a la planta baja conllevaba que otras habitaciones como la cocina, la despensa o la masadera se situasen en la misma planta, lo que poco a poco conllevó el sacar a los animales de la casa y pasarlos a otros edificios.
Pardina de Visús
En cuanto al resto de la casa, la primera planta estaba destinada a habitaciones y la superior a granero y falsa.
La iluminación era uno de tantos problemas derivados de su aislamiento, especialmente cuando en los pueblos comenzó a normalizarse la luz eléctrica. En la práctica totalidad de las pardinas jamás tuvieron este servicio, por lo que siguieron iluminándose como en el medievo (la tieda o tea, hecha con raíz de pino o los candiles de aceite o carburo).
Eran tiempos de ser autosuficientes (más aún en las pardinas), por lo que todos disponían de un huerto, animales caseros de todo tipo y arnales para obtener miel e incluso masaban su pan. Por último, destacaba la caza como un importantísimo recurso, ya que podían cazar prácticamente desde la puerta de casa.
Para el resto de necesidades básicas, el aislamiento hacía que en las pardinas se viviese en peores condiciones que en otros lugares cercanos. No obstante, contaban con distintos artesanos ambulantes que pasaban por pueblos y pardinas, como sastres, pellejeros, estañadores, etc.
En el tema sanitario también las condiciones eran peores que en los pueblos circundantes y llegado el s. XX seguían muy extendidos los métodos tradicionales y las curanderas.
Pero a pesar de todo lo relatado, este tan repetido aislamiento fue únicamente geográfico, ya que los habitantes de las pardinas siempre estuvieron muy ligados a los pueblos circundantes de los que provenían. En las casas de familiares de dichos lugares solían quedarse los niños de la pardina cuando acudían al colegio; a comer, si la pardina estaba cerca, o durante toda la semana, si estaba más lejos.
Pardina de Esporret
De hecho, casi podríamos definir al pardinero como una profesión, convertida en un estilo de vida. Al estudiar las distintas historias, nos solemos encontrar con personas que nacieron en una pardina y se quedaron trabajando en ella o por matrimonio fueron a vivir a otras. Los cambios de una pardina a otra también eran continuos a lo largo de la historia de muchas familias, hasta que finalmente decidían dejar este tipo de vida, comprando algo de patrimonio en un pueblo y quedándose a vivir en él. En muchos casos, la nueva Casa adquiría el nombre de la pardina de la que procedían.
Finalmente, y a raíz de la creación del Patrimonio Forestal del Estado (PFE) a principios de los años 40, miles de hectáreas de este territorio fueron compradas para reforestar. Así, pardinas como Javarraz, Pequera, Cercito, Lagé, Nofuentes o Nueveciercos pronto vieron sus tierras cubiertas de una densa alfombra de pinos.
El problema no era solo la pérdida de pastos provocada por la reforestación, sino las dificultades para pastar en las tierras anexas, ya que había fuertes multas si el ganado estropeaba los pinos recién plantados.
Por otra parte, el mundo exterior avanzaba, haciendo más visible la lejanía de las pardinas a los servicios (como el médico o la escuela) y la ausencia de infraestructuras (como accesos asfaltados o luz eléctrica). Todo ello fue la puntilla que terminó por inclinar la balanza a favor de la emigración.
Podemos disfrutar de un bonito ejemplo de este mundo en término de Bagüés. Os estoy hablando de la pardina Miranda, a la cual podemos acceder desde Pintano.
Miranda Baja o Torrazo
Una vez en el pueblo, nos dirigimos a la restaurada ermita de Arguiraré y seguimos remontando barranco arriba, en un viaje en el tiempo y el espacio hacia la nada. Únicamente la humilde Sierra Nobla nos separa por el norte de la fértil ribera del Aragón y la cola del embalse de Yesa, con su trasiego de turistas y esquiadores; pero por lo que vemos y oímos, podríamos estar solos en el mundo.
Ermita de Arguiraré y el bonito Pintano,
emplazado en lo alto de su pueyo
Miranda tiene su origen en un poblado medieval y se divide en Miranda Sarriet o Alta (42º 31’ 4’’ N / 0º 57’ 10’’ W) y Miranda Baja o Torrazo (42º 31’ 31’’ N / 0º 57’ 54’’ W). Desconozco el origen del «apellido» Sarriet, pero es una denominación antigua, ya que en fecha tan lejana como 1368 el rector de Miranda era D. García de Sarriet.
Ya convertido en pardina fue propiedad de las Hermanas Benitas de Jaca, encargándose el Cabildo de Jaca de cobrar los tributos. En Miranda Sarriet existía, además, derecho de alera por parte de Bagüés.
En el s. XIX Madoz nos contaba que en Miranda se producía grano y que existía un caserío y un pequeño bosque de pino en el que se criaban lobos y zorros. Pocos años más tarde y según la contribución de 1859, era propiedad de Martín Dieste y Domingo Pozo.
Ya en el s. XXI, paseando por estas sierras tan duras a uno se le puede acostumbrar la vista a esta aparente monotonía de bojes y cajicos. En mi visita curioseé un buen rato por los lugares donde en los años 20, hace ahora casi un siglo, vivió José Martínez Vera, el pardinero que finalmente dejó Miranda para marchar a América. La pardina fue entonces adquirida por el Estado y repoblada, entre los años 1930 y 1935, antes incluso de que comenzara su labor el PFE.
Javier Lafuente, en su libro «Historias de Bagüés» nos cuenta que Miranda tuvo en aquella nueva etapa sus propios Guardas Rurales, como Marcelino Laplaza Martínez, natural de Pintano; o Francisco Hernanz Martín, natural de un pueblo de Segovia (este último ejerció desde 1928 hasta finales de los 60).
Alrededor de 1960 un tornado derribó la casa de la Pardina y un buen número de pinos, lo que terminó de desfigurar la zona. Actualmente es propiedad de la Confederación Hidrográfica del Ebro y, además de algo de ganado, los únicos que podemos encontrar campando por aquí a sus anchas son buitres, jabalíes y algún que otro perdido como yo.
Pardina Miranda Alta
Oscar Martín Estallo. Octubre 2017
Fotografías del mismo autor.
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