Mosén Carlos Mendi Villa
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Desde la Residencia de Sacerdotes jubilados, y como todos los años, este amigo que conocimos como «El cura de Rivas», tiene la amabilidad de llegar a nosotros con sus acertados escritos para esta fechas navideñas y su felicitación. Muchas gracias Carlos.
HOMILÍA DE NOCHEBUENA
“Hoy en Belén, la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor; y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. Con este anuncio gozoso del ángel a los pastores, nuestra vida queda enriquecida de una manera especial, pues Dios ha querido morar entre nosotros; y nuestro destino ya nunca podrá separarse de este Enmanuel o “Dios-con-nosotros”, que nos ofrece el inmenso regalo de la salvación total.
Los hombres podemos olvidarnos de este acontecimiento sin igual y no escuchar el mensaje que resuena en la cueva de Belén; pero la realidad se impone por sí misma, pues el nacimiento de Jesús toca nuestra vida e inicia el camino de nuestro auténtico destino, o sea, el camino de nuestra liberación plena. También podemos cerrar los ojos para no ver la luz de las estrellas; pero, aunque nos volvamos de espaldas a ellas, las estrellas seguirán brillando en el firmamento.
Incluso podemos cerrar los oídos para no escuchar el mensaje de paz que nos trae la Navidad; pero, en el fondo de nuestros corazones, resuena una voz misteriosa que nos dice: la paz es posible, pues nos la ofrece quien nos la puede proporcionar.
La noche del nacimiento de Jesús es una noche de luz y de alegría inmensa, a pesar de que hay realidades en nuestra vida que nos aplastan y de que a veces sentimos la angustia de vivir; y, a pesar también, de que los hombres muchas veces nos olvidamos de que somos hermanos, pues nos encerramos en nuestro «yo», vamos sólo a lo nuestro y pasamos de los demás.
Sin embargo, el nacimiento de Jesús abre las puertas de todos los corazones y produce una conmoción profunda en nuestro ser. Por eso, durante estas fechas nos sentimos más cerca de todos: de los niños, de los pobres, de los enfermos, de los marginados, de los inmigrantes, de los refugiados, de los que nada cuentan, de los «sin techo», de los parados, de los ancianos que se encuentran solos y de los que no pueden hacer oír su voz en ningún sitio.
Durante estos días todos somos un poco más humanos y comprensivos; estamos más contentos y nos felicitamos mutuamente sintiendo que la concordia, el entendimiento, la solidaridad y la fraternidad entre los hombres son posibles.
Navidad es un mensaje de amor en un mundo materialista, egoísta y donde domina el odio y la violencia; es un mensaje de paz en una sociedad en la que muchas naciones, muchas familias y muchas personas están enfrentadas; es un mensaje de ilusión para los que están desanimados y vacíos de aspiraciones espirituales; y es un mensaje de fe para todos los que la tienen o la tienen amortiguada. Es preciso que los hombres de hoy recuperemos este mensaje que nos envía Dios. Simplemente necesitamos abrir de par en par las puertas de nuestro corazón para que su Hijo Jesús, nuestro Salvador, nazca en él y lo llene de vida, de fortaleza y de esperanza.
Cuando nos acercamos a ese niño que está enfermo en el hospital, a ese pobre que reclama ayuda para poder sobrevivir, a ese anciano que se siente solo y abandonado…, notamos que Belén está en nuestro corazón. Cuando tendemos una mano con cariño, cuando intentamos comprender a los otros, cuando perdonamos al que nos ha ofendido, cuando trabajamos generosamente por los demás y cuando somos capaces de levantar a alguien que está hundido, notamos que Belén también está en nuestro corazón.
Además, Belén es estar todos unidos, ser todos una familia, dar cariño a los demás, olvidar nuestros enfados y rencillas, erradicar nuestros odios y rencores, compartir todo lo que somos y tenemos, buscar la paz y la concordia entre todos: pueblos, naciones, familias, amigos y enemigos, y trabajar por la dignidad de todas las personas y por sus derechos.
Una vez más celebramos que Jesús, el Hijo de Dios, nació hace más de veinte siglos en Belén de Judá y que nace en nosotros también. Él es un Dios encarnado en nuestro mundo y en nuestras vidas. Y así, en Jesús, Dios se ha hecho «uno de nosotros», uno de nuestra raza; y ha querido ser nuestro compañero, nuestro amigo, nuestro hermano. Aquí radica nuestra inmensa alegría de la Navidad.
Él nacimiento de Jesús nos llena de un gozo inmenso y profundo, de una paz intensa y de una gran felicidad; nos hace disfrutar viviendo como hermanos y nos ayuda a tener más clara y decidida nuestra opción por los más pobres, cercanos a nosotros. Si esto ocurre, nuestra Navidad será auténtica y feliz.
Cenando en familia, derrochando amor a todos, contemplando al Niño, a María y a José en la cueva de Belén y participando en la “misa del gallo” es como los creyentes podemos vivir intensamente la Navidad del Dios-con-nosotros.
HH: Muchos no han pueden acudir a la “misa del gallo”, pero también se ha podido experimentar y vivir el sentido y el espíritu de la Navidad cantando villancicos en casa, antes y después de la cena familiar, la cual ha podido ser bendecida por el padre de familia o por el más pequeño de la casa con la siguiente oración que aprendimos siendo niños: “El Niño Jesús nacido en Belén, bendiga esta mesa y a nosotros también”.
¡Feliz Navidad para todos!
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