Mosén Carlos Mendi
Como otros años, al terminarlo con la Navidad y dar comienzo otro Nuevo, Carlos Mendi, desde su residencia de San Carlos Borromeo en Zaragoza, llega a este espacio de mi blog para desearnos un Feliz Año Nuevo, quedando muy agradecido por ello. Igualmente le transmitimos nuestros mejores deseos para 2019. Un abrazo.
SANTA MARÍA MADRE DE DIOS
(Números 6, 22-27; Gálatas 4, 4-7; Lucas 2, 16-21)
Hoy comenzamos un nuevo Año Civil. Las personas en las casas y en la calle nos felicitamos diciendo: ¡Feliz Año Nuevo! Y es que el
paso de un año a otro se celebra como una fiesta que nos alegra a todos. Los cristianos comenzamos el año civil con tres celebraciones de relieve: 1) la octava de Navidad; 2) la solemnidad de santa María, Madre de Dios; y, 3) desde el año 1968, por voluntad del papa san Pablo VI, la Jornada Mundial de la Paz.
Los buenos deseos, que todos compartimos y nos manifestamos en este día, los expresa el salmo 66 en forma de oración: El Señor tenga piedad y nos bendiga e ilumine su rostro sobre nosotros. Es ésta una oración que proviene, como hemos visto en la primera lectura, de la bendición que el Señor ofreció a Aarón y a los israelitas, y que se complementa con las siguientes palabras: Que el Señor se fije en ti y te conceda la paz. Luz y paz son dos realidades muy necesarias para seguir adelante un año más.
San Pablo, en su carta a los gálatas, nos anuncia que nosotros hemos obtenido la condición de hijos de Dios, que hemos sido liberados de todas las esclavitudes y que somos herederos de las promesas de Dios por voluntad suya. Pero la liturgia de este día nos lleva a celebrar, sobre todo, la solemnidad de Santa María, Madre de Dios, y a centrar nuestra mirada en ella. Esta celebración de la Virgen María es la más antigua en la Iglesia católica.
Si hoy destacamos en María su maternidad divina, no es sólo para ensalzarla ni para alejarla de la vida real, sino para sentirla cercana en el servicio que nos presta. Ella ha sido “puente” para que Dios forme parte de la familia humana y para que nosotros hayamos podido adquirir la dignidad de hijos suyos y de hermanos de todos.
Ella es también madre espiritual de la Iglesia y, por tanto, madre nuestra. Hoy la invocamos de modo especial, como Madre de Dios, el cual ha querido traer su paz a nuestro corazón. Por eso, no encajaría bien celebrar la fiesta de la madre con alegría, expresada sólo a través de gestos externos, si en nuestro corazón pudiéramos alimentar alguna dosis de odio, de rencor, de discordia o de división. La madre se siente feliz cuando comprueba la concordia, el buen entendimiento y la armonía entre
sus hijos.
Hace ocho días celebrábamos la solemnidad del nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo de la Virgen María. Nos lo ha recordado la segunda lectura en la que san Pablo les decía a los Gálatas que “cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer…, para que recibiéramos el ser hijos (de Dios) por adopción”.
La liturgia de este primer día del año nos invita, de manera especial, a fijar nuestra mirada en Santa María, la madre del “niño acostado en un pesebre” como lo encontraron los pastores. Cuando san Pablo habla de que Jesús nació de una mujer, nos está hablando precisamente de ella. María es una madre que nos recordará a cada momento lo importante que es experimentar dentro de nosotros que Jesús se nos hace presente en la Palabra de Dios que escuchamos, que acogemos y que nos guía; en los grupos cristianos reunidos en su nombre, pues “donde dos o más os reunáis en nombre mío, yo estaré en medio de vosotros”, dice Jesús en los sacramentos, especialmente en el de la Eucaristía, pues Él nos dice: “tomad y comed, esto es mi cuerpo… tomad y bebed, ésta es mi sangre”; en el que preside la liturgia pues, como ya se decía en el cristianismo primitivo, “cuando Pablo (o quien quiera que sea) bautiza, es Cristo quien bautiza”; en los pobres con los que Él se ha identificado, pues “lo que hagáis al más humilde de mis hermanos, a mí me lo hacéis”; y en todas las personas que entregan su vida por el bien de los demás.
Hoy además celebramos la Jornada Mundial de la Paz. A ella estamos convocados todos los cristianos y todos los hombres y mujeres de buena voluntad. La paz básicamente consiste en estar en armonía con nosotros mismos, con los demás, con todos los pueblos, con Dios y con la naturaleza. La paz la tenemos que pedir a Dios y trabajarla cada día. La paz la tenemos que construir desde la conversión y desde la creatividad; y para construirla, el papa Francisco nos dice que utilicemos las armas de la cultura, de la educación, del diálogo y de la cooperación.
Fue el papa san Juan XXIII, en su encíclica Pacem in Terris, del 11 de abril de 1963, quien vinculó la paz con cuatro grandes valores: con la verdad y la justicia, con el amor y con la libertad. La verdad será cimiento de la paz si cada individuo con honestidad toma conciencia de sus deberes hacia los demás junto a sus propios derechos. La justicia edificará la paz si cada uno respeta los derechos ajenos y se esfuerza en cumplir plenamente los propios deberes hacia los demás. El amor será fermento de paz si siente las necesidades de los demás como propias y comparte con los demás lo que posee. Y por último, la libertad alimentará la paz y la hará fructificar si, en la elección de los medios para alcanzarla, los individuos se responsabilizan en su
ejecución.
HH: Vamos a pedirle al Señor y a santa María, Madre de Dios y Reina de la paz, que nos ayuden, en primer lugar, a encontrarla y a mantenerla siempre en nuestro interior; y, en segundo lugar, a construirla y a vivirla cada día con los que convivimos, dentro de las familias, en la sociedad y entre los pueblos y naciones.
Que, cuando antes de la comunión nos demos la paz, hagamos que ese gesto sea una auténtica expresión de la misma; y también, que sea el compromiso de construirla y de vivirla en todo momento en nuestra convivencia con los demás.
Carlos Mendi Villa. (Recordar su biografía)
Fin de Año 2018.
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