pero allí estaba «el Palomar de Añesa» junto a su cabaña.
Años de sequías; desastrosos para la agricultura en la comarca de las Cinco Villas, fueron los primeros de la década de los 50, llegando alguno de ellos a no llover prácticamente nada en todo el otoño e invierno; no pudiendo recoger nada de agua los pozos, balsas y balsetes, que en los montes se llenaban con las lluvias, para beber personas y animales.
Esto había ocurrido en las «Planas Altas» de Ejea, y entre las «Cabañas de «Mallaos», «Palacios», «Modorros», y la de «Añesa», había dos pozos; uno de ellos, con unos 8 m. de largo por 4 de ancho, y unos 3 m. de profundidad, se había quedado tan solo con una importante cantidad de barro acumulado, que había que limpiar.
Y eso es lo que se hizo, retirar aquellos 50 cm. de barro, pero empleándolos a su vez, mezclándolo con paja, en la elaboración de unas buenas piladas de adobas, que molde a molde, mi primo Emilio y yo, siendo muy jóvenes, hicimos aquella primavera.
El destino de ellas estaba pensado: haríamos un palomar, para tener asegurado el consumo de «pichones», que en aquellos años se consideraba plato exquisito, al menos para sustituir algún día, el tocino, el cordero, el conejo, el pollo o la liebre.
Y aquel mismo verano, de mala cosecha, había tiempo suficiente para ello. Y un buen albañil ejeano, Sr. Andrés Racaj, conocido como «Pajaro», llevó adelante la construcción del mismo, sin más planos que la idea de dotarlo de muchos nidales y tener fácil la entrada de las palomas por el Este.
Con todos nosotros, padres, hijos y tíos, convivió en la misma cabaña y la misma comida, migas y ranchos, compartiendo el mismo pajar para dormir, mientras duró la obra en la que contó con toda nuestra ayuda.
Una vez poblado, destacaba el palomar en aquellos extensos secanos, tierras comunales de Ejea de los Caballeros, y la zona tomó por nombre, «El Palomar», en todos los trabajos que después fueron surgiendo, para la transformación en regadío de aquellos secanos.
Acequias y nivelaciones cambiaron la fisonomía de «Las Planas Altas»; las cabañas que existían, quedaron semi-abandonadas, como las mencionadas anteriormente, y las de «Salmerón», «Panipansas», «Gorría, «Melón», «Los Aguaus», Conde,» parideras de Monguilod», «del Militar»… y la de «Rodacha» con su pozo incluido, quedó integrada dentro del nuevo pueblo que allí nació: Pinsoro.
Hoy no queda nada de aquel viejo palomar de adobas, que hasta hace dos años, aún quedaba en pie parte del mismo, mostrándonos lo que fue; pero su recuerdo no será olvidado por los que aportamos algo tan imprescindible como las adobas, para que surgiera un nuevo palomar en los montes de Ejea.
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