Está en las montañas. En verdes laderas
de pinos, chaparros, bojes y romeros,
quedó abandonado el barrio de Luna: LACASTA,
de las Cinco Villas, un hermoso pueblo.
No fue por ningún pantano, ni catástrofe ni guerra;
atrás se quedó en el tiempo…
¡Ni una mala carretera!
Tejados que se hunden, ventanas abiertas,
paredes con piedras caídas, desconches y grietas.
Lo que fueron calles, hoy son pasadizos
entre matorrales, con zarzas y yerbas.
En el alto cerro que azota implacable
la lluvia y el cierzo, aguanta la iglesia,
Románica joya que celosa guarda,
la pila del agua bendita que nos bautizara.
¡Y cómo resiste los años y la soledad,
sin una campana y abiertas sus puertas!
Pegado a sus muros, en su cementerio,
reposan los muertos; los viejos «castinos»,
bajo cruz de hierro clavada en el suelo.
¡Dejadme pensando… y en este silencio,
recuerde a mis viejos que tanto lucharon
por tenerlo vivo, cuidando los huertos,
que ya nadie poda, ni cava su tierra.!
¡Dejadme que sueñe con la vieja fuente
que sigue manando, con la vieja higuera,
el esbelto chopo que asombra el sendero,
ovejas y cabras… y ariscas colmenas…!
Todos nos marchamos, allí nadie queda;
pero cada uno, clavado en su alma,
lleva los recuerdos de aquello que ama:
¡LACASTA de Luna! ¡mi Pueblo, mi Tierra !.
José Ramón Gaspar
21-01-2006
1 comentario
Me gusta la sensibilidad de este «Castino», manifiesta en sus versos. Justo.