-Claro que no tenían frigorífico como los que ahora predominan en la mayoría de hogares, pero en casa de mis abuelos en aquellos años cincuenta del pasado siglo, que no había llegado el agua corriente a la zona de las Eras Altas de Ejea, donde vivían, ya tenían su nevera.
El teléfono, sería de los primeros domicilios en Ejea de los Caballeros que disponían de él, aunque para hacer una llamada a otro teléfono, tenía que darte línea la señorita telefonista de la centralita, que a veces te comunicaba que dicho teléfono tardaría a estar libre porque hacía poco rato, habia empezado la charrada de Dña. X con su cuñada. Ella lo sabía todo, y te aconsejaba qué hora era la mejor para solicitar conferencia con algún número de Zaragoza.
Pero volvamos al agua fresca. Pilar, la moza que llevaba muchos años en la casa, sabía que cuando mi abuelo viniera del huerto se echaría un trago de agua fresca con el botijo, que poco antes, había ido a buscarla hasta la fuente de Rigor, (Una fuente que existía más arriba del Puente Alto a la derecha del Arba, y donde en la parte alta, unos tres metros, una noria con un macho sacaba el agua para regar los huertos a la tardada). Una vez, falló Pilar con aquella constumbre veraniega, y al encontrar mi abuelo el botijo con el agua adecuada para lavarse los pies, sin consultas ni miramientos lanzó el botijo por la ventana.
Posiblemente fue este paso decisivo para comprar la Nevera. Era como un armario pequeño de madera pintado de blanco, que podía colocarse en cualquier sitio de la casa y se le buscó el mejor lugar de la cocina: justo a la salida de la alcobilla donde estaba el hogar y que en verano, que no se encendía, sus bancos de madera y almohadas eran el mejor lecho para dormir la siesta, corriendo la cortina y dejando el lugar oscurico. Fuera quedaba la mesa redonda para comer y junto a ella la Nevera enfrente de la puerta y la cocinilla de leña. Era blanca, una puerta delantera donde cabía un pequeño botijo para el agua de mi abuelo, unas rodajas de merluza para mi abuela, la carne de algún pollo o pichón, alguna fruta y poco más. Las conservas en aceite de lomo y costilla de cerdo no precisaban frío. Tampoco la Nevera necesitaba enchufe porque no era eléctrica; necesitaba hielo, media barra que había que ir a comprar todos los días, y si lejos te parecía la fuente de Rigor desde la Eras altas, la fábrica de hielo de Manolo Navarro en la calle Sta. Cruz o la de Juan Alastuey, en frente de El Salvador en la calle Mediavilla… ¡Esas sí que estaban lejos! y, un botijo es mucho más cómodo de transportar que media barra de hielo al hombro y rebozada en un saco de arpillera, aunque sea verano.
En la parte superior tenía el compartimento del hielo, cabía media barra y a medida que se iba descongelando, llegaba el agua a un depósito que abajo, tenía su grifo. Todo su interior estaba forrado de zinc y, supongo, que entre este y la madera llevaría su grosor de corcho para aislante.
Me place comentárselo a mis nietos, que a veces, incrédulos, están convencidos de que todos los adelantos que hoy nos hacen la vida más confortable, han existido toda la vida y, cierto que no fue así, aunque todo tuvo su encanto, que nos hacía felices.
3 comentarios
Ya me lo contaba mi abuelo José, y mi madre y tía Tere a comprar el hielo !! Yo no lo viví, pero me encantaba cuando mi abuelo me contaba esas historias. Gracias por recordar tantas y buenas historias.
Ciertamente! yo era muy pequeña y me acuerdo de ir a comprar con alguien el hielo.
Hoy día parece increíble aquello del hielo y otras muchas cosas.
Pronto compraron mis padres un neverón enorme que costó muchas pesetas. Qué lejanos me parecen esos tiempos.
Gracias por recordarlos!
Gracias Maricarmen por compartir mis recuerdos. ¿Que tal por Oslo?