Benjamín ante el Cristo de su familia, que sobre los hombros, procesionan «los chóferes» en la Cofradía del Silencio.
Benjamín Bentura ante el retablo gótico de El Salvador.
Con frecuencia, encasillamos a las personas en un contexto determinado, que en muchos casos coincide con la mayor parte del tiempo de su vida dedicado a una profesión, actividad artística u afición. Así, a Benjamín Bentura Remacha lo enmarcamos y conocemos bien, con el sobrenombre de -el de los toros-.
Cierto, que buena parte de su vida profesional como periodista, dedicó al mundo de los toros, como apuntaba en un anterior post de este blog. *Recordar* Pero su vida en Ejea, donde reside y pasó buena parte de su juventud, su pueblo, aunque no naciera en él, la compagina colaborando en cuantas actividades culturales se desarrollan en la villa, como exposiciones, etc.
Este año, en uno de los primeros actos de la Semana Santa de Ejea de los Caballeros, ha sido su protagonista como Pregonero de la misma y, su conocimiento y recuerdos de su juventud sobre la Semana Santa de aquellas épocas, fue el hilo conductor por donde desarrolló su Pregón ante el maravilloso retablo gótico de San Salvador.
Aunque en su momento, personalmente felicité a mi amigo Benjamín, quiero quede constancia en mi blog de ese acto, pocas veces repetido en la vida de una persona y que, indudablemente, nos llena de satisfacción haber sido protagonista del mismo.
En lugar de contarles a Vds. cómo discurrió lo relatado por Benjamín Bentura, considero más oportuno, conozcan íntegro el texto de su Pregón:
PREGON SEMANA SANTA. EJEA 2014
Don Pedro, Antonio, Javier, Pepe, Bea, hermanos todos, gracias. No soy orador y menos sagrado. Por tanto, este monólogo debería ser, principalmente, conversación. Me gusta el estilo de Francisco I.
He conocido en mi vida a ocho Papas y de dos de ellos publiqué, en 1958, sus biografías, de Pio XII y de Juan XXIII. Así empiezo a justificar mi presencia en este lugar y en este acto. Pero en realidad no es el principio de mis justificaciones. Conocéis mi vinculación familiar a Ejea de los Caballeros desde hace casi tres siglos, pero no que aquí hice mi Primera Comunión, en 1939, con mi hermana Gloria y que, de comulgantes, participamos en la procesión de la Virgen de la Oliva.
Antes, mi abuelo, Pedro Remacha, casi treinta años notario de Ejea, me había llevado al “Salón Imperio” de mi tío Pepe Ventura a ver la primera película de mi vida, “Alicia en el País de la Maravillas”. No me gustó. Pero mi vinculación definitiva con este templo impar se forjó a través de mis hijos, Benjamín e Ignacio. Nacieron, por prescripción facultativa, en Madrid, pero los bautizamos, con la aquiescencia de mi riberana esposa, en esta monumental iglesia. Estos son mis poderes.
Mi primer objetivo es recordar lo que para mí era la Semana Santa en mi juventud y lo que es ahora, sin hacer comparaciones ni emitir juicios. Y lo que recuerdo de otros tiempos es que el Domingo de Ramos estrenaba chaqueta para, en los días siguientes, recorrer los Monumentos que rivalizaban en la ornamentación floral y en la sobriedad de su recogimiento, presenciar las procesiones o comer torrijas en Lavapiés. Que las emisoras de radio no transmitían las peticiones de los oyentes y Juan Sebastián Bach (todo, tocatas y fugas, Pasiones, las de San Mateo y San Juan, aunque dicen que compuso cinco), Mendelshonn (que dio a conocer la Pasión según San Mateo, de Bach y fue autor de los Salmos), Haendel (con su “Mesías” y el apabullante “Aleluya” para la Pascua de Resurrección), Amadeus Mozart (la misa de Requien) y Beethoven, sordo como Goya y que iba por otros caminos, llenaban las ondas de sonidos de otro mundo.
Los retablos se cubrían con grandes telones nazarenos y las imágenes se envolvían en sudarios del mismo color. No sonaban ni campanas ni campanillas y se sustituían por carracas y matracas, algunas de gran tamaño. De ahí, de esta última, viene el vocablo “matraco”, rústico aragonés. El gran acontecimiento era el “Sermón de las Siete Palabras”, que en Madrid, en donde yo vivía por entonces, pronunciaba un consumado orador sagrado: el padre José Antonio de Laburu, jesuita, bilbaíno y licenciado en Farmacia. Otro “Sermón de las Siete Palabras” más escueto e itinerante lo hemos saboreado estos últimos años como etapas procesionales en la mañana de los Viernes Santo, bajo el amparo del Cristo del Silencio y de la mano de Carlos Méndiz.
En aquellos tiempos no se prodigaban los tambores puesto que tenían otros sones distintos a los de ahora. Sones guerreros. Las películas en los cines eran bíblicas o con argumentos de la Pasión de Cristo y las mantillas negras se asomaban sobre las peinetas de carey porque, en aquellos tiempos, las señoras entraban a la iglesia cubiertas y los hombres descubiertos. El sábado, Sábado de Gloria, – mi madre nació el Sábado de Gloria de 1904, San Benjamín – explosionaba la alegría y los cines de la Gran Vía madrileña se iluminaban bulliciosamente para el estreno de las nuevas películas, de entre las que recuerdo con especial cariño la de “Siguiendo mi camino”, de Bing Crosby en su papel de cura con clerimann, antecesor musical de Fran Sinatra. El domingo, corrida de toros de Pascua en casi todas las plazas de primera de España. Músicas, teatros, salas de fiestas, todo volvía a su ritmo habitual en el gran contraste que, indudablemente, se daba en la vida de los españoles.
Me han antecedido en este honroso cometido personas de la inmensa entidad académica de don Antonio Beltrán, de un conocimiento etnológico insuperable, y otros como Manolo Rodríguez, Pedro Cía y Pepe Ramón, que saben de Ejea y sus secretos mucho más que yo. Pero he preguntado a alguno de ellos y me he asegurado, con el testimonio valiosísimo de Javier Dehesa y Pili Monguilod, para confirmar cosas que me contaba mi madre, que en este sentido era más expresiva que mi padre, que anunció en un folleto, “Ejea, villa imperial”, publicado por la Caja de Ahorros, que debajo de este retablo existía la joya que ahora nos es dado contemplar. Aquello de los tres hombres que estaban merendando al paso de la procesión por la taberna de Salmeron, los pasos vivientes que componían grupos como el de las “Tres Mariícas” o “estrelladas” porque se cubrían con negros mantos adornados con estrellas, las unas sobre una peana (María Salomé, María de Betanía y María Magdalena) y “las Hebreas” a pie, “la Samaritana” con su cantarico a la cadera, que encarnaba la hija del sacristán y campanero Román García y posteriormente la hija de la santera de la Virgen de la Oliva, el paso conocido por ”El Retacula”, en el que se escenificaba la figura del “Soldado Longinos”, el centurión que con su lanza atravesó el costado de Cristo en la Cruz, que siempre andaba de espaldas, con la intención de darle otra lanzada al “General” por la supuesta infidelidad de la esposa del primero, los “Pajes” impidiendo la acción del “Soldado”, los caballos que cedía la Parada de Sementales, la Sagrada Cena que llevaban los Zarandas y dirigía Manolo, el jefe de la Policía, al grito de ¡Arriba los apostoles! ¡Arriba! El personaje del “Soldado” lo encarnó muchos años Manolo Mallén “Quirriri”, papel que heredó de su padre, y el del “General”, Vicente Cavero. “Los Pajes”, que amparaban al “General” estuvieron representados por Luis y Mariano Bericat, los “Lubelicas”, y Ricardo Cavero y no puedo asegurar si también lo hizo en alguna ocasión José Luis Gallizo o puede que participara como “Niño de la Bola”, que lo fue algunos años Pepito Ondiviela. Eran como escenas de la Pasión más o menos evangélicas, como los Belenes o las Pasiones vivientes de estos tiempos. Otra cosa: repito que estoy seguro de que, fundamentalmente, no como ahora, los tambores no acompañaban a las procesiones y el desfile se encauzaba, con carracas y matracas, gracias a las funciones vigilantes de los alabarderos y los romanos. Había de todo, pero en silencio. ¿Mejor? ¿Peor? Distinto. Hábitos y terceroles, pies descalzos con cadenas a los tobillos a cara descubierta o tapada, promesas o penitencias. Tampoco recuerdo que por entonces hubiera capirotes. Si tengo constancia de su significación en los impresionantes y descriptivos dibujos y óleos de Goya, reos de la Inquisición. Y permitirme esta licencia taurina: también hay toros capirotes: aquellos toros que tienen la cabeza de pelo distinto al resto de su cuerpo. Hoy significa PENITENCIA, no condena o ridículo y menos secta secreta.
Vuelvo a repetirlo, no afirmo ni niego nada, ni si es mejor o peor una cosa o la otra. Pero es distinto. A mí me tocó involucrarme en esto cuando a la “Cofradía del Cristo del Silencio” se le comunicó que no podía utilizar en sus desfiles procesionales el Cristo de Santa María y me pidieron que mi familia cediera esta imagen de estilo levantino, mediado el siglo XIX, para la procesión de Semana Santa. El Cristo estaba en el Mausoleo que mi bisabuelo Ignacio construyó en el cementerio viejo, cuyo terreno cedió al municipio puesto que antes los enterramientos se hacían en las cercanías de las iglesias y en las propias iglesias. Un día, mi admirado y recordado amigo Luis Dehesa, luchador incansable en el “Proyecto Hombre”, sabio y buen músico, me dijo que alguien pretendía llevarse el Cristo del abandonado lugar. Me pareció que lo más lógico era que la imagen quedara en nuestra familia puesto que había acompañado en su enterramiento a mis bisabuelos, Ignacio e Isabel, mi abuelo Benjamín, su hermano Luis y algunos familiares más. Así lo hice, me cambió la madera de la Cruz Juan José Agapito, restauró la imagen Ángel Marcos y lo mecen a hombros los cofrades “chóferes” que lo miman y lo cuidan como si fuera de ellos. Y, si alguien quiere rezarle un padrenuestro, ahora lo tienen a la entrada de la iglesia de La Llana, en perenne, elevada y suplicante mirada al cielo.
Y para rematar mi charla con algo mucho más digno que mi pobre palabra, me atreveré, pese a mi nula pericia en el empeño, a leer unos versos de San Juan de la Cruz, el que inventó aquello de “la música callada” y “la soledad sonora”. Habla del morir, del alma que deja el cuerpo:
En una noche escura
Con ansias de amores inflamada
¡Oh dichosa ventura!
Salí sin ser notada
Estando ya mi casa sosegada.
FIN
¡Alabado sea el Señor! Celebrarlo en Paz, hermanos.
BENJAMÍN BENTURA REMACHA
12 DE ABRIL DE 2014
IGLESIA DE EL SALVADOR
EJEA DE LOS CABALLEROS
1 comentario
Aunque con retraso, he leído el pregón de la Semana Santa de Ejea, de Benjamín Bentura y he sentido la nostalgia del recuerdo de aquellas semanas santas que Benjamín rememora. Gracias, Ramón por publicarlo.
Un saludo. Rosendo Pujol