Donde terminan Los Boalares, al pie de La Planaza.
Vista desde La Planaza. Al fondo la Estanca del Gancho y Ejea
.
Alejandro, disfruta visitando las ovejas en el Corral de Don Basilio
.
Donde terminan los Boalares de Ejea, esa «Porción de terreno destinado al paso de los ganados, del abasto público o al de las caballerías de labor de los vecinos». Que todavía figuraban como dehesa boyal en 1909, siendo roturados en 1915″, se encuentra un corral de ganados, de cuya antigüedad es difícil concretar fechas, ya que cuando lo adquirió a la familia Villacampa en los años setenta el actual concesionario, Alejandro Artigas, ( ya que está asentado sobre término municipal), solo era unas malas tapias de piedras amontonadas, de las cuales , las mejores, habían sido trasladadas a las obras que se realizaban en los nuevos regadíos.
Pegado pues a las laderas, en cuya plana comienza «La Planaza», y próximo al «Rincón de Lamburo», está el Corral de Don Basilio, donde termina el camino que nos trae hasta aquí, y que aquí termina, después de bordear la Estanca del Gancho, que por cierto, las obras de mejora en este lugar, para la futura «Ciudad del Agua», llevan buen ritmo.
Encuentro en él a mi amigo Alejandro, ganadero toda su vida, que hoy acompaña a su hijo; ese joven ganadero que día a día cuida esos hermosos corderos, que ambos me muestran con satisfacción, y con los que paso un buen rato, charrando de las vicisitudes y problemas por los que pasa la ganadería.
Los pastos son escasos y hay que mantenerlas a base de piensos y forrajes, por ello la rentabilidad, me manifiestan, es muy escasa, aunque se sienten satisfechos de la cercanía a la población y las lluvias han llenado las balsas.
Me despido de ellos, con la seguridad de que volveré a visitarlos en otro momento.
Pegado pues a las laderas, en cuya plana comienza «La Planaza», y próximo al «Rincón de Lamburo», está el Corral de Don Basilio, donde termina el camino que nos trae hasta aquí, y que aquí termina, después de bordear la Estanca del Gancho, que por cierto, las obras de mejora en este lugar, para la futura «Ciudad del Agua», llevan buen ritmo.
Encuentro en él a mi amigo Alejandro, ganadero toda su vida, que hoy acompaña a su hijo; ese joven ganadero que día a día cuida esos hermosos corderos, que ambos me muestran con satisfacción, y con los que paso un buen rato, charrando de las vicisitudes y problemas por los que pasa la ganadería.
Los pastos son escasos y hay que mantenerlas a base de piensos y forrajes, por ello la rentabilidad, me manifiestan, es muy escasa, aunque se sienten satisfechos de la cercanía a la población y las lluvias han llenado las balsas.
Me despido de ellos, con la seguridad de que volveré a visitarlos en otro momento.
.
.
Las viejas paredes acusan su antigüedad y se apoyan en la excavación en la ladera
Sin comentarios