Con frecuencia llego a los escritos de Carmen Romeo Pemán, que desde su rincon *«Letras desde MOCADE»,* nos acerca a vivencias y recuerdos de su vida en El Frago, que a veces con gracejo o nostalgia, nos hace revivir momentos felices de la vida real. Me ha gustado su último artículo, y he llegado hasta ella, solicitándole autorización para traerlo a mi blog como Firma Invitada. No ha dudado un momento y me cuenta, que una vértebra la ha tenido bastante tiempo muy afectada. Me alegra vaya recuperándose y escribiendo temas sobre las Cinco Villas, que tanto nos encantan. Gracias Carmen y un abrazo.
El crismón de Yom Tob ¿Crismón judío?
Esta es la tumba de rabí Yom Tob, hijo de…
Desde junio de 2001, está declarada “Bien de Interés Cultural”.
Yo estaba revoloteando con otros ángeles por las obras de la iglesia de El Frago, cuando oímos una gran algarabía.
—Remiel, seguro que te has hecho notar y has asustado a los albañiles —me dijo mi compañero Uriel, que vigilaba los templos.
Le contesté que no era mi culpa, que el alboroto lo montaron las gentes del pueblo cuando vieron el nuevo crismón del tímpano. Lo habían labrado unos canteros judíos y no habían seguido el modelo ortodoxo, el que usaban los canteros cristianos en las iglesias de la redolada.
En el rollo del maestro de obras, estaba bien claro el patrón. Un círculo dividido en cuatro partes por la X, la inicial de Xpistos, el nombre de Cristo en griego. Además, la segunda letra, la P, en cuyo pie se enrollaba la S, la letra final del nombre, lo partía en dos mitades. Por eso se llamaba crismón, o dibujo con algunas letras de Cristo. Y para avisar del breve paso por la vida, en el cuarto de la izquierda se colocaba una alfa mayúscula, A, y en el de la derecha una omega minúscula, ω, que simbolizaban el principio y el fin de la vida y de los tiempos.
Crismón ortodoxo. San Miguel de las Cheblas. Foto: Carmen Romeo. 2019
—¡Abajo! Que hagan uno nuevo. Este nos traerá grandes desgracias —gritaban los vecinos.
—¡Serán zopencos! Seguro que han puesto la plantilla del revés —dijo un cantero cristiano que era muy minucioso.
—Eso me pareció a mí cuando vi semejante zancocho. Pero no. ¿No ves que la X y la P están bien? —le contestó otro cantero que se ganaba la vida tallando crismones de pueblo en pueblo.
—Pero ¿qué me dices?, ¿la omega, delante de la Alfa? Y encima minúscula —insistió el minucioso.
—Y la S está al revés, enroscada como una serpiente. —El cantero que iba de pueblo en pueblo la señaló con un palo.
—Estos cabrones de judíos se han querido burlar de nosotros. —El minucioso levantó el tono.
—Seguro que nos quieren afrentar con alguna de sus herejías. Eso no se lo habrían permitido en ningún sitio.
—La culpa la tenemos nosotros por haberlos acogido tan bien. Hasta les hemos dado un barrio y un fosal —replicó el minucioso.
En realidad los fragolinos andaban escarmentados con los judíos. Como eran malos tiempos, los estaban dejando sin trabajo.
Lo del crismón hizo saltar a las piedras. Los más bravucones se dirigieron a casa del rabino Yom Tob y le rompieron la puerta a pedradas. Entonces llegó San Nicolás. Como lo habían elegido el patrón de la iglesia, intentó poner paz y convencer a sus feligreses de que esos cambios no eran malos, que cifraban un mensaje nuevo. Pero las gentes no lo escucharon y siguieron con las pedradas.
Como el asunto se ponía cada vez más feo, el Santo habló con el rabino y le pidió que mandara esculpir dos arcángeles sujetando el crismón. Así las gentes se sentirían cobijadas por sus alas.
—Pero, ¿yo tengo que elegir a dos entre los siete arcángeles? —le preguntó Yom Tob, que conocía bien el santoral y sabía mucho de categorías celestiales.
—Mañana te lo diré. —A San Nicolás se le escapó un suspiro—. Tengo que pesar los pros y los contras de cada uno. Ahora no podemos meter la pata con los arcángeles.
El Santo tenía que tomar una decisión rápida. Pensaba que los judíos habían metido cizaña, aprovechado que el arquitecto, al que todos llamaban Maestro de Agüero, se había ido a vigilar las obras de otros pueblos.
Al amanecer, se sentó en un poyo cerca de la iglesia, sacó un pergamino y lo fue desenrollando hasta que llegó a los arcángeles. Leyó y releyó sus oficios y virtudes. Y, en lugar de elegir, descartó a los que no serían buenos vigilantes. Los ángeles del crismón tendrían que defenderlo contra viento y marea hasta el día del juicio final. Si no, caerían plagas sobre El Frago.
El primero que se le ocurrió fue Gabriel, el mensajero celestial. Pero no era de fiar. Siempre estaba danzando de aquí para allá. Y llevaría mal eso de vivir inmóvil en un cuerpo de piedra. Y lo mismo le pasó con Rafael, que se pasaba la vida corriendo detrás de los viajeros. Excluyó a Raquel y a Sariel por despistados. Pensó que Miguel lo haría bien. Pero, como era el jefe, igual no quería compartir el trabajo con otro de menor categoría. Y se necesitaban dos. Que el crismón era redondo y, si solo lo sujetaba uno, podría salir rodando. Así que solo quedábamos Uriel y yo, que tendría que separar a los buenos de los malos cuando llegara el Apocalipsis.
Ese día San Nicolás no paró de dar vueltas por las calles. Iba cabizbajo, sin mirar a nadie. Antes de anochecer se acercó a mí.
—Remiel, no sé si estás al corriente de lo que está pasando con el crismón —me dijo tanteando el terreno.
—¿Cómo no lo voy a saber si afecta directamente a mi trabajo? Yo mismo le inspiré los cambios a Yom Tob en un sueño—le respondí.
—¡Tendría que haber caído antes! —Se dio una palmada en la frente.
Entonces le expliqué mi plan. Todos, los cristianos y los judíos, sabían que el crismón anticipaba el futuro del pueblo. Con la nueva disposición, las gentes de El Frago no irían de la Alfa a la omega. No. El tiempo avanzaría al revés. De la omega minúscula, es decir, de la muerte, a la Alfa mayúscula, al día de la Resurrección de la Carne. Y para burla de Satanás, la A mayúscula incluía a todos. Nadie iría al infierno. Además, la S al revés estaba dibujada como la serpiente que se salva del fuego.
El Santo no salía de su asombro. Sobre todo cuando le dije que así el día de la Resurrección de los Muertos yo no tendría que separar a los fragolinos buenos de los malos.
—Entonces, ¿me das permiso para que te petrifique con Uriel? —me preguntó San Nicolás.
—Pues claro. Estamos deseando.
Por orden del Santo, el rabino aprovechó la ausencia del Maestro de Agüero y nos mandó esculpir. Yo estoy a la izquierda. Uriel, el que vela los templos, me mira desde el otro lado con los ojos muy abiertos, sin párpados. Y nos sonreímos cada vez que se cruzan nuestras miradas.
Solo nosotros sabemos que el rabino Yom Tob quiso detener el curso de la historia y abrir de par en par las puertas del cielo. Quiso abolir el juicio final y que todo el mundo, sin excepción, pudiera pasear por los Campos Elíseos.
Tom Yob. Lápida y ventana
Carmen Romeo Pemán.
1 comentario
Gracias, José Ramón! Ha quedado estupendo en tu blog.