Javier Cabello García*
Javier Cabello García es uno de esos hombres descendientes de la villa de Luesia, que toda su vida ha tenido una estrecha relación con ella y sus vecinos, buscando en sus raíces aquellos personajes ilustres que dejaron rasgos inequívocos de personalidad e ímpetu por conseguir para Luesia la grandeza merecida, como lo hizo Don Miguel de Luesia.
Su tesis sobre la Prehistoria de la comarca de Cinco Villas, la primera que se ha hecho sobre el ámbito de la arqueología, fue un hito importante en su carrera como investigador. También fue el comisario científico de la exposición “ArquEjealogía” de 2007 en Ejea de los Caballeros, que tantos frutos nos ha deparado.Es Doctor en Historia y Licenciado en Geografía e Historia por la Universidad de Zaragoza.
Arqueólogo Colegiado nº 10.452. Miembro de la Junta de Gobierno del Colegio de Doctores y Licenciados en Filosofía y Letras y en Ciencias de Aragón y Profesor del Cuerpo de Enseñanza Secundaria. Especialidad de Geografía e Historia.
Con motivo de la celebración de la «V Don Miguelada» de Luesia (2016) continuamos con el desarrollo que sobre la figura histórica de Don Miguel de Luesia efectuamos con anterioridad en este blog de Cinco Villas.
Cartel de » Las Don Migueladas» en la Villa de Luesia
Participación en las batallas de las Navas de Tolosa ( 1212) y Muret (+ 1213)
Don Miguel de Luesia, Mayordomo y Alférez Real de Aragón, sabemos que jugó un papel destacado en la batalla de las Navas de Tolosa (16 de julio de 1212, en el Norte de la actual provincia andaluza de Jaén) junto al rey de Aragón Pedro II al que también acompañaban en el transcurso de aquella gran campaña bélica los reyes Alfonso VIII de Castilla y Sancho VII el Fuerte de Navarra contra los poderosos almohades capitaneados por Al-Nasir, el famoso “Miramamolín” de las fuentes cristianas. Esta batalla supuso para la Edad Media hispana un auténtico punto de inflexión en la lucha contra los musulmanes, abriendo la posibilidad a los reinos cristianos del Norte peninsular (fundamentalmente a Castilla) de poder acceder hacia las tierras meridionales todavía islámicas de la actual Andalucía, redistribuyendo las fuerzas peninsulares existentes hasta entonces e impulsando ya de un modo definitivo a la Reconquista.
En la posterior batalla de Muret (12 de septiembre de 1213) don Miguel de Luesia fue el alférez real (del árabe al-faris, “el jinete”), es decir, era el oficial cristiano que portaba la bandera o estandarte real de la casa de Aragón en la caballería, junto al mismo monarca. En el siglo XIII sus funciones eran básicamente tres: Lugarteniente del Rey, Portaestandarte Real y Justicia Mayor, dirimiendo los pleitos y conflictos surgidos en el seno de las huestes. Esta trágica batalla tuvo lugar por la voluntad real de Pedro II de defender a sus vasallos del sur de Francia del hostigamiento y los ataques cruzados capitaneados por Simón de Monfort bajo las órdenes directas del Papa Inocencio III, que entonces eran cometidos bajo la acusación de herejía a los famosos cátaros o albigenses súbditos del conde de Tolosa Ramón VI, quien era además cuñado del rey Pedro II por estar casado con la infanta de Aragón Leonor, hermana del rey. En el consejo de armas celebrado la víspera de la desgraciada contienda, en la tienda del rey de Aragón se reunieron los principales nobles aragoneses, catalanes y tolosanos para planear estrategias conjuntas. El conde Ramón VI de Tolosa propuso parapetarse en una posición fija estratégica, apoyada con ballesteros y peones para impedir la ventaja táctica de la caballería pesada cruzada de Simón de Monfort. Según la Cansó de la Crosada del insigne trovador Guillermo de Tudela, el consejo del conde tolosano Ramón VI recibió una respuesta tajante de Pedro el Católico precisamente por boca del noble aragonés Miguel de Luesia que pasamos a transcribir y luego a explicar, ya que está expresado en lengua occitana antigua:
“So ditz Miquel de Luzia: ‘Jes aiso bo no.mpa
Que ja.l reis de Arago fassa cest malestar;
E es most grans pecatz car avetz on estar,
Per vostra volpilhia.us laichatz deseretar”
(CANSÓ, & 139, VV. 16-19)
TRADUCCIÓN:
“Así dijo Miguel de Luesia: Yo creo que sería impropio que el rey de Aragón
se comportase de un modo tan indigno.
Sería muy lamentable que con tan grandes tierras como poseéis,
Os dejaseis desheredar por vuestra propia cobardía”
En el rechazo a la táctica tolosana no se aducen argumentos de tipo pragmático. La negativa se fundamenta básicamente en la indignidad de atrincherarse y negar la posibilidad a los caballeros de ambos ejércitos a enfrentarse en una batalla campal, único escenario digno para un buen caballero medieval dentro de la mentalidad de la época. Es más, la réplica del magnate aragonés se basa en la comparación de su rey Pedro el Católico con el conde tolosano Ramón VI: el primero era el reciente vencedor de los enemigos de Dios (los almohades) en la mayor batalla campal que podía recordar por aquel entonces la Cristiandad (las Navas de Tolosa, 1212); el segundo, sin embargo, había perdido sus tierras por combatir de la forma que proponía, es decir, evitando el noble enfrentamiento en campo abierto de dos ejércitos de caballería pesada. Este es precisamente el reproche que el potentado aragonés Miguel de Luesia hace al conde tolosano Ramón VI, quien, según la Cansó, entenderá esta respuesta como una auténtica afrenta personal. Lamentablemente, la realidad del día siguiente le dio la razón al conde Ramón VI frente a la evidente muestra de valentía -aunque imprudente- de don Miguel de Luesia, lo que, a la postre, le costó la vida junto a su propio rey, al que, sin embargo, no abandonó como el buen, noble y valeroso caballero que era, cosa que según nos narran las fuentes, no hicieron precisamente todos, ya que los caballeros catalanes huyeron y abandonaron en el fragor de la batalla al rey en tan crítico momento, permaneciendo tan sólo a su lado sus más leales nobles aragoneses, entre ellos su propio alférez, nuestro don Miguel de Luesia.
De este modo, cuenta la crónica de la batalla de Muret escrita por el arzobispo de Toledo Rodrigo Jiménez de Rada en su famosa obra De rebus Hispaniae:
“Y el rey Pedro, con unos pocos aragoneses y mayor número de catalanes, con los Condes de Tolosa, Foie y otros barones de la Francia Gótica, dio batalla a los franceses junto al castillo de Muret; por designio de Dios, el rey y los aragoneses, que fueron los únicos que varonilmente persistieron en la batalla, quedaron muertos en el campo, mientras que los Condes de Tolosa y Foie, con algunos catalanes, volvieron la espalda y huyeron. Murieron allí, con el rey, los ricoshombres de Aragón don Aznar Pardo y su hijo Pedro Pardo, don Gómez de Luna y don Miguel de Luesia y otros muchos de los más principales de Aragón. El rey, que fue siempre muy católico, no fue a esta guerra para luchar contra los herejes, sino por la obligación que tenía con sus vasallos”.
Este hecho supuso para la memoria colectiva de la nobleza catalana del siglo XIII toda una indignidad o baldón, ya que, al abandonarlo, “había dejado morir a su rey” en el campo de batalla sin haberlo defendido con la valentía necesaria.
Bolsa limosnera o esportilla de peregrino, del escudo de armas de la poderosa familia de los Lusia-Luesia
Miguel de Luesia y los trovadores
Pero además, el noble y caballero don Miguel de Luesia fue también citado por los trovadores occitanos, -no confundir con juglar- amantes de la música y de la poesía caballeresca, e incluso como ya hemos visto, se han conservado algunos versos atribuidos a su persona en alguna de las principales obras trovadorescas de la época, como la famosa Cansó de la Crosada, escrita en lengua occitana por el trovador Guillermo de Tudela.
Unos versos de Peyre Vidal, trovador provenzal, que fueron compuestos entre 1174 y 1180 se refieren a una canción de amor “Be.m pac d’ Ivern e d’estiu” dedicada a tres hermanas que no se han podido identificar. Pues bien, sus últimos versos presentan un elogio a Don Miguel de Luesia que rozan la hipérbole, ya que al parecer, Don Miguel fue protector durante algún tiempo del trovador Peyre Vidal. Este trovador se apoya en una invocación al apóstol Santiago para expresar los siguientes versos en lengua occitana, que pasamos a transcribir y luego, de nuevo a traducir:
“Per l’ apostol qu’om apella Sant Jacme de Compostella
En Luzi’a a tal Miquel Que:m val mais que cel del cel”
TRADUCCIÓN:
Por el apóstol que se llama San Jaime (Santiago) de Compostela
En Lusia/Luesia hay un tal Miguel Que vale más que el cielo del cielo
El útimo de los versos parece un auténtico “juego de palabras” pues pude entenderse como “que vale más que el cielo del cielo” o también “que vale más que el del cielo” es decir, que el mismo arcángel San Miguel, lo que casi nos pudiera parecer blasfemo…
El interés adicional de estos versos es incluso “emocional”, ya que los hemos recuperado para la celebración de la Don Miguelada, siendo cantados -convenientemente ambientados con música de tambores y gaitas aragonesas- por todos los vecinos y amigos de Luesia que se reúnen en la placeta de Fino para vitorear a Don Miguel cuando llega a caballo acompañado de todo su séquito y tropas…
Es difícil saber hasta qué punto afectaban realmente las modas en cuanto a poesía, música y literatura a la forma de vivir de la gente “normal”, pero no cabe duda que, por la época de los trovadores, se esperaba que los caballeros fueran algo más que buenos guerreros sin ninguna educación. Ahora los caballeros, y más aún, el Mayordomo de la Casa Real de Aragón (Casal d’Aragó) tenían que guardar un protocolo y unas formas convencionales en la Corte, en la que la influencia de las grandes damas llegaba a ser sumamente importante en algunas ocasiones. En francés antiguo (provenzal o lengua occitana), la lengua culta y distinguida de la época utilizada habitualmente para describir las cualidades de la caballería, la courtoisie, o cortesía, era una de las más importantes. Un buen caballero debía ser cortés y tener siempre un buen aspecto, estar limpio y bien peinado y vestir ricas y hermosas ropas. Tenía que hablar bien y ser tranquilo y modesto, pero ser a la vez ameno, divertido y alegre, y si sabía componer poemas, cantar y tocar algún instrumento, mejor que mejor. Jamás debía mostrarse ofensivo, especialmente con los más débiles, y debía tratar a las damas y cortesanas con un especial respeto y delicadeza. Tenía que estar lo bastante bien informado como para mantener una conversación distendida pero sin perder nunca la compostura, así como no olvidar jamás los buenos modales en la mesa.
La cortesía caballeresca iba unida a otras dos modalidades características de los caballeros: una de ellas era la franchise, la franqueza con la que todo buen caballero debía comportarse siempre –como ya hemos visto en la réplica hecha a Ramón VI de Tolosa-, sin tratar nunca de mentir o engañar, sobre todo a su rey. La otra era la largesse, la largueza, que consistía en estar dispuesto a dar, a recompensar a otros con generosidad y a gastar sin limitación alguna en todo aquello que pudiera causar placer y bienestar a otros, sobre todo a aquellos que se encontraran bajo dependencia o vasallaje directo –caso de Luesia-, para, de este modo, lograr la fama imperecedera. Estas dos últimas cualidades pueden haber derivado del sentimiento de que la ocultación, el engaño y la avaricia eran propios de un espíritu cobarde y mezquino, impropio de un caballero. Ahora se unían a la cortesía para definir cuál debía ser la conducta de un buen caballero noble según el ideal de la época. Como otras más antiguas, la sociedad feudal estaba dirigida por una casta militar que monopolizaba la guerra y cuyos caudillos, desde el simple jefe de grupo hasta el mismo rey, eran valorados en función de virtudes esencialmente militares, de modo que éste tenía que basar su autoridad validada en un despliegue indiscutible de su virtud entendida como valentía y arrojo en la batalla.
Luesia y Jaime I el Conquistador (1213-1276)
Como vamos viendo, don Miguel de Luesia, tuvo necesariamente que haber sido un personaje que, como mínimo, dispusiera de una buena parte de las cualidades ya referidas. También debió conocer al primogénito de Pedro II, el infante Jaime, cuando todavía era un niño de corta edad, el futuro rey don Jaime I (el futuro “Conquistador”). Este último jamás olvidó la lealtad de don Miguel de Luesia para con su fallecido y regio padre, y cuando accedió al trono de la Corona de Aragón -que ocupó largamente hasta 1276- favoreció a Luesia y a sus gentes, que incluso han conservado en la memoria colectiva presente en los Gozos de Nuestra Señora la construcción de la ermita del Puyal como obra emprendida por el propio monarca don Jaime I:
“De Aragón Jaime I
rey piadoso y de renombre,
edificó a vuestro nombre
esta ermita con esmero,
entre otras que en su celo
fundó con fama inmortal.”
Tal y como hemos podido ir viendo, una de las mayores aspiraciones de un noble caballero de la época era la de lograr que su valentía, generosidad y honorabilidad trascendieran más allá del tiempo y del espacio; es evidente que, muchos siglos después, Don Miguel de Luesia ha conseguido este anhelo, y seguro que hoy estaría orgulloso que a más de ochocientos años de su muerte, todavía nos ocupemos hoy de su fama y memoria en la “Don Miguelada” de su villa natal: Luesia, cuyo nombre llevó junto al suyo propio a lo largo y ancho de todas los territorios que entonces configuraban la Corona de Aragón, de la que fue hombre señero y principal. Hablemos pues, de esta celebración medieval recuperada recientemente y a la que espero le aguarde todavía un amplio y extenso futuro.
Identidad Cultural y verdad histórica compartida en la “Don Miguelada” de Luesia
Ya avanzado el proceso de documentación sobre Don Miguel de Luesia, hay que concluir que lo hemos recuperado a través de la Asociación Cultural Fayanás recientemente (desde el año 2012 año que conmemoraba el VIII centenario de las Navas de Tolosa) en la Fiesta medieval de Luesia bautizada popularmente como “Don Miguelada”. En los años pares, celebramos la vuelta victoriosa de Don Miguel a caballo con sus tropas, siendo recibidos por su propia familia (cuyos nombres conocemos por el testamento) en el mismo castillo, que sirve de marco incomparable y desde donde dirige unas palabras a todos los luesianos reunidos en torno a la abarrotada placeta de Fino, mientras suena de fondo la música ambiental con los versos previamente señalados del trovador Peyre Vidal. En los años impares (desde 2013 en adelante) conmemoramos la despedida de Don Miguel desde su castillo hacia la batalla de Muret de donde ya no regresará con vida. Pero además la figura de Don Miguel sirve como auténtico catalizador para proyectar el importante patrimonio histórico-artístico que atesora la villa de Luesia, declarada en julio de 2009 Bien de Interés Cultural (BIC) como conjunto histórico, y además nos reafirma a todos en nuestras señas de identidad como gentes que recuperan su propio pasado al actualizarlo en el presente mediante numerosas actividades culturales (visita guiada por los monumentos de la villa acompañados por el propio Don Miguel de Luesia incluyendo, claro está, su castillo, charlas y conferencias, recreacionismo, etc…) y también lúdicas: mercadillo medieval, juegos para los más pequeños de temática medieval, cena popular en el salón presidida por Don Miguel y su familia -donde nos hemos llegado a juntar más de trescientos comensales- y en la que aprovechamos para recuperar recetas del medievo para ambientar lo mejor posible la velada…
A fin de cuentas, lo más trascendente resulta, en mi opinión, el hecho de haber rescatado simbólicamente del olvido a Don Miguel de Luesia como seña de identidad propia y como punto de proyección del importante legado histórico-artístico que alberga y ofrece hoy la villa de Luesia. Y esto es, desde luego, mérito de todos los luesianos, vecinos, amigos y descendientes representados en la asociación cultural Fayanás, sin desdeñar la colaboración siempre activa del Ayuntamiento de Luesia. Que la presencia rememorada de Don Miguel se mantenga a lo largo de los tiempos venideros dependerá en buena medida de ellos mismos y de las sucesivas reediciones de las “Don Migueladas”. Seguro que Don Miguel de Luesia estaría orgulloso de sus paisanos como legítimos descendientes y herederos de su propio pasado, al haberlo rememorado haciéndolo presente en la actualidad y proyectándolo hacia el futuro en un viaje sin retorno posible del que todos salimos beneficiados. Y eso también forma parte del Patrimonio Cultural común como seña de identidad compartida y de autoafirmación en el complejo mundo que vivimos bajo la poderosa égida de la Globalización, que tiende a uniformizar y a diluir la diversidad cultural de un modo cada vez más intenso. En efecto, y según creo, en la autoafirmación compartida de las señas propias de cada lugar y su propia historia se encuentran una buena parte de los proyectos de futuro del mundo rural, y el ejemplo recuperado de Don Miguel de Luesia como personaje histórico de referencia considero que es, sin duda alguna, una buena muestra de ello.
Luesia, Julio de 2016. (Fotos del autor)
1 comentario
Interesante artículo. Gracias por compartirlo.