Pascual Plano Buey* (Lobera de Onsella, Zaragoza, 31 de marzo de 1956)
Sus primeros estudios fueron en Lobera, continuando su formación en el Instituto «Reyes Católicos» de Ejea de los Caballeros.
Es un entusiasta de su pueblo y de su tierra. Fundador y presidente de la Asociación Cultural Sesayo de Lobera de Onsella, autor de las web’s de Lobera de Onsella, Isuerre, de la A.C. Sesayo y de sus páginas en Facebook.
Muy activo en las redes sociales en todo lo que hace referencia a las Cinco Villas y muy especialmente a la Bal D’Onsella y a su pueblo.
Aunque reside y trabaja en Zaragoza, tiene casa en Lobera, que la disfruta con frecuencia especialmente en los meses de verano.
El pasado año 2014, en un emotivo acto durante sus fiestas, fue homenajeado sorpresivamente por sus vecinos y por muchos loberanos residentes en el extranjero a través de vídeos, que reconocen en Pascual Plano, el interlocutor afable y siempre interesado por el bienestar de Lobera de Onsella.
Sus comentarios en mi blog son reconocidos por su interés por nuestro Patrimonio Cultural, nuestros entornos paisajísticos y por cuanto acontece en la Comarca de Cinco Villas.
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A muchos de ustedes el nombre de Sesayo no les dirá nada, a otros quizás les suene por ser el nombre de la asociación cultural de Lobera de Onsella y habrá unos cuantos loberanos a los que Sesayo les traiga muchos recuerdos por otros motivos.
Sesayo es una fuente que está en el término municipal de Lobera, en el paraje del mismo nombre, y donde todo loberano que se precie ha ido a beber agua alguna vez en su vida.
La relación de las fuentes con la humanidad es tan antigua como el mismo hombre. Los antiguos griegos y romanos rendían culto a las fuentes naturales, las cuales generalmente eran consagradas a un dios o a una diosa.
Desde siempre el agua ha estado muy ligado a las poblaciones y los asentamientos más primitivos surgieron alrededor del agua por la caza de los animales, que al igual que el hombre, necesitaban de ella. Los manantiales se ajustaron a las necesidades de la población, en muchos de los casos el circuito del agua era del todo aprovechable, primero la fuente de consumo seguido el pilón donde abrevaba el ganado y después al arroyo. En otros casos a continuación de la fuente estaba el lavadero, unos cubiertos y otros a la intemperie. En Aragón aún se conservan muchos de ellos.
Cuantas historias contarían los que en su momento fueron a por agua, de jóvenes, a alguna de las fuentes de su pueblo con el cántaro en la mano. Fuimos creciendo y esperábamos el momento en que iba a por agua esa chica que nos gustaba pero que se estiraba porque sabía que estábamos por ella. Alrededor de ese sonido cantarín y continuo del agua al caer en su pilón surgió más de un amor, más de una desilusión.
Porque el agua es la fuente de la vida. Quizá en ocasiones no nos demos cuenta de su importancia; algo tan habitual, de consumo tan sencillo en la actualidad, tan barato, tan cotidiano, tan normal que parece perder su valor. Nada más lejos de la realidad. Durante siglos, y desgraciadamente todavía en muchos lugares del planeta, buscar el agua, racionalizar su consumo y vivir con angustia su falta ha sido la constante. Pero aun hoy, a pesar de toda nuestra ciencia y nuestra técnica, a pesar de nuestra capacidad de someter y modificar el entorno, dependemos del agua, de la lluvia, de que nuestra tierra nos devuelva por fuentes y manantiales, el líquido precioso. Y que lo haga en óptimas condiciones. Cuidar, conocer y amar nuestras fuentes es una necesidad. Es algo más que un entretenimiento o una curiosidad, es ser herederos responsables de la pureza de las aguas, es dejar a las futuras generaciones el más preciado de los valores que nuestros antepasados mimaron hasta el límite.
El abandono del mundo rural ha dejado en desuso, ocultas bajo piedras, barro y maleza, deterioradas y, a menudo, completamente olvidadas, cientos de fuentes que antaño eran un punto crucial en la vida de los pueblos
Cada fuente, cada río, cada poza o manantial esconde una parte de nuestra historia y de nuestra identidad. Punto de encuentro, sus entornos siempre dieron lugar a sucesos curiosos o truculentos, a trabajos y fiestas. Su origen en las entrañas de la tierra permitió a la imaginación generar fábulas y mitos.
En Lobera de Onsella, existen 32 fuentes de las que desde hace años brota agua. Fuentes situadas, en su mayor parte, en el trayecto de los barrancos, por lo que la tradición les ha dado nombres basados en los topónimos, como Barrabán, Fuentelas o El Gorrillón.
Otras reciben su nombre porque se sitúan cercanas a los corrales de algunas casas, como Fuente Conejo, Vicente o Piquera. Aunque las más utilizadas eran Fuen de Dios, Murillo, Fuente Canales, Turina y Sesayo. Otros, más curiosos son Fuente L´Americano, la Caparra o del Piojo. La referencia a la caparra o al piojo parece sugerir que tales fuentes eran frecuentadas por gente de paso, vagabundos y mendigos. Allí se lavarían y pondrían la ropa al sol para secarla. Fuente Alta, La Fuen del Moro, Fuen Salada, Fuente Murillo, Fuente las Vacías, Faustino, Maya o Lear son los nombres de otras tantas fuentes que se reparten por todo el municipio.
Nombres que responden a antiguas historias acontecidas en el municipio, como otras muchas se habrán vivido en el entorno de estas fuentes, de las que se consumía el agua en Lobera, abastecidas por los acuíferos. Y qué decir de la importancia que tuvieron en la agricultura y ganadería, porque gracias a ellas bebían los profesionales del campo y sus rebaños tal y como reflejan algunas coplas que se han conservado en la localidad que dicen así: «En cañadas y praderas, ovejas verás pastar, para beber agua fresca, que poco tienen que andar» o “En Lobera está la fuente de donde mana el querer, donde van las loberanas derechicas a beber” y esta otra donde también hace referencia a San Juan, a cuya ermita se va de romería el día 24 de junio: “En Lobera no bendicen el agua «pa» bautizar porque llega bendecida de la mano de San Juan”. La historia viva de una tierra que ha vivido ligada al agua que mana de sus fuentes.
El agua de los manantiales o fuentes no es igual. Cada fuente tiene un sabor y una calidad diferente dependiendo de muchos factores como pueden ser las rocas o las tierras por donde discurre. Cada una tiene sus particularidades pero “la reina” de Lobera siempre ha sido la fuente de Sesayo. En cada zona de monte, había una fuente que era cuidada y mantenida y a la que todos acudían en la época de siega para beber sus frescas aguas que a veces mezclaban con un poco de anís e incluso otras veces servía para hacer gaseosa “de sobre” de marcas tan conocida como El Tigre o Armisén.
En la actualidad, el municipio se abastece desde varios de sus manantiales que por medio de canalizaciones subterráneas confluyen en el depósito regulador y desde allí a los grifos de cada domicilio. Pero no siempre ha sido así. Hasta mediados del siglo XX, el pueblo se abastecía fundamentalmente de La Fuente Vieja situada a la afueras del pueblo muy cerca de la ermita de San Juan. Posteriormente una fuente situada en la plaza del pueblo suministraba a todos los vecinos que acudían a llenar sus pozales para trasladarla a las tinajas de cada domicilio. Esta era una labor encomendada a los más jóvenes de la casa. A partir de los años 60 del siglo pasado ya llegó el agua corriente a todos los domicilios.
Plaza de Lobera de Onsella a 663 m. donde las palmeras viven felices.
Mi niñez y adolescencia han estado muy ligadas a las fuentes. Nací y permanecí en Lobera hasta los 10 años que por motivo de los estudios tuve que marcharme fuera del pueblo pero siempre volvía para las vacaciones de Navidad, Semana Santa y verano.
Los niños de 8 y 9 años eran los encargados de llevar la comida al campo donde nuestros padres y abuelos estaban segando. Salías de la escuela para llevar la comida y el maestro lo autorizaba y asumía como algo normal. En esos años, todos teníamos que contribuir en las labores familiares. Dos cestas cargadas con cazuelas de potajes y otras viandas que había que llevar con sumo cuidado para no derramarlo al campo donde nuestros mayores segaban la mies con la hoz, la agrupaban en manojos, luego en gabillas y posteriormente en fajos. Un ímprobo trabajo que duraba todo el día, desde el amanecer, para aprovechar las horas más frescas del día, hasta el anochecer. Con la espalda doblada y aguantando un sol de justicia.
El camino hacía el campo se hacía eterno. Bajo el sol abrasador de las doce de la mañana, cualquier ruido que salía de los matorrales del camino te ponían alerta ante un posible “peligro”. Te parabas y tirabas piedras para ahuyentar al “intruso” que incomodaba tú ya de por si agotador viaje. Mi fobia era, y es, a las serpientes desde que siendo un crio y pescando a mano en el barranco de San Martín, una de las veces saqué una culebra agarrada al dedo. Recuerdo que no paré de correr, con todos los amigos detrás, hasta llegar a casa del practicante con la convicción de que él me salvaría la vida.
Seguro que hay otros aspectos de la relación de las fuentes con los asentamientos y sus pobladores pero no es cuestión de alargarse más. Espero y confío en que alguno de los lectores se haya sentido identificado con este escrito y todos seamos conscientes de la importancia del agua en el ciclo de la vida.
La señal nos llevará hasta ella… (fotos del autor)
Lobera de Onsella, junio de 2016
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