Alfonso Cortés Alegre.
Una vida dedicada exclusivamente a la enseñanza. Su artículo en mi blog como FIRMA INVITADA, no necesita reseña alguna sobre el autor. Alfonso, con la sinceridad que lo caracteriza, nos detalla con sencillez y desde sus primeros pasos, qué ha sido toda su vida y qué sueña seguir siendo: Un amante de la Enseñanza.
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Soy Maestro de Escuela.
Nací en el año 1956, en el seno de una familia rural típica del pre-pirineo cincovillés luesiano. No pasé hambre pero en casa no sobraba de nada. Las patatas del caldero de los tocinos estaban buenas. Mi padre Julián, como mucha gente humilde, no había ido casi a la escuela: pronto, al campo. Mi madre Nieves no pudo estudiar porque pronto la mandaron «a servir”. Trabajos sin fiesta semanal, ni seguridad social, ni nómina, ni vacaciones…
Fui al colegio de las monjas de Luesia. Me enseñaron “la m con la a, ma”… Las primeras imágenes coloreadas que vi fueron los dibujos pintados en las paredes de la clase para aprender las vocales. La monja sabía muchas más cosas que mis padres y abuelos con los que vivía. No había ni prensa, ni radio, ni televisión, ni libros… El colegio era una ventana al mundo y la hermana Asunción, de Farasdués, me asomaba a la ventana. Me gustaba el colegio de las Hermanas Anas, me gustaba la monja.
Con siete u ocho años, pasaría del colegio de las monjas a la Escuela Nacional de niños. Las niñas iban a otra clase. En el recreo nos daban leche en polvo. Jugábamos al fútbol en la era con dos piedras de portería. Ni la escuela ni los maestros nacionales me gustaron. Lo recuerdo todo oscuro, gris como el humo de la estufa, tinta y secantes… y me recuerdo tímido, sin confianza, inseguro ante unos maestros distantes y severos. No disfruté en la escuela. Era la escuela de mover y mover la muñeca para escribir y escribir… entendiendo o sin entender. En la cartera: un cuaderno, un lápiz, una goma y una caja de pinturas Alpino.
Una mañana cualquiera, cuando ya tenía diez u once años, vino a la escuela un fraile salesiano. Aún recuerdo su nombre: D. José Antonio Luquín. Y preguntó: “¿Quién quiere venir a estudiar a Sádaba?” “Yooo”, dije mientras mi mano se levantó como un resorte. El fraile me contestó: “Tendrás que levantarte a las siete, limpiar el colegio, ir a misa, estudiar, hacer deporte y pasarán meses sin ver ni a tu familia, ni a tus amigos, ni tu pueblo…”. “De acuerdo”, fue mi respuesta. Y era cierto lo que me dijo el fraile. Debía de ir un mes de pruebas al colegio de los salesianos en Ciudad Jardín de Zaragoza y en el mes de agosto. (Estos fueron mis primeros campamentos)
Mi abuela Tomasa empezó a marcar la ropa con mis iniciales A.C.A. El día de tomar el autobús se ahorcó el macho. Eso era un duro golpe para la familia porque ahora le resultaría más difícil aún, con una sola caballería, labrar, sembrar, segar, acarrear y trillar las tierras a mi padre. Además, era el mayor de cuatro hermanos y mi padre estaba enfermo: no podía salir del pueblo, debía quedarme en casa. Pero iba a ser que no. Cogí la maleta y me fui a coger el autobús. Por fortuna, mi madre, madres no hay más que una, me siguió y me acompañó hasta el colegio salesiano de Zaragoza. Me dejó en la conserjería, le di un beso enorme y marché corriendo y contento pasillo adelante. Siendo tan crío, ya sabía que caminaba hacia un futuro mejor que el que dejaba en Luesia: escardar, regar, entrecavar y empalar la hortaliza, sacar piedras, coger las judías, hacer ramas y carbón, dar de comer a los tocinos, ir al campo…
Ni los mejores efectos especiales de las películas diseñadas por ordenador, me han impresionado más que el cambio de mi escuela rural a aquel colegio de los salesianos: clases amplias y luminosas, mesas y sillas nuevas, duchas, biblioteca, varios platos de menú, libros y libros… y unas pistas deportivas… donde jugaban equipos equipados, competiciones oficiales con árbitro… y aquello fue como pasar del mundo en blanco y negro al mundo del color. Alucinaba. Fuera como fuera… los frailes tendrían que admitirme porque yo a Luesia ya no volvía y sólo tenía 10 años… Si quería progresar, sabía ya que tenía que estudiar. Sí o sí. La motivación estaba servida…
Pasó aquel mes vacacional de agosto y me llevaron interno al seminario salesiano de Sádaba. Un centro también espléndido con dormitorios para más de 100 chicos, duchas, frontón, piscina, teatro, iglesia, televisión, pianos, campos de fútbol, pista de deporte…, aunque sin calefacción.
En los salesianos daban clases frailes y seglares. Eran dos mundos, dos formas de concebir la educación. Los profesores seglares contratados nos explicaban conceptos, nos mandaban deberes, nos ponían exámenes, nos preguntaban en clase, nos obligaban a memorizar y memorizar… y mis queridos frailes salesianos como Valero, Miguel Ángel, Valerio, Casimiro, José Miguel… también hacían lo mismo pero de otra manera, con otra actitud, “con otra mirada”, con otra llegada hasta mi persona. Yo creo que nos querían. Viendo cómo trabajaban en clase los frailes, me enamoré de la profesión de ser docente. Yo, sería maestro.
Al cerrarse el seminario de Sádaba nos trasladaron a todos «los aspirantes a salesianos» a Campello (Alicante). Las mismas experiencias, las mismas sensaciones… Estando en quinto de Bachiller, había crecido y tenía claro que yo no quería ser fraile salesiano, sino maestro de escuela. La formación integral recibida nunca la he olvidado y ha sido referente en mi vida. Siempre estaré agradecido con los salesianos porque pude estudiar sin que mis padres tuviesen recursos.
En los años 70 dejé el seminario y pasé a finalizar el bachillerato y COU en el Instituto Reyes Católicos y en el internado de la carretera de Erla. recuerdo especialmente al profesor de Filosofía Mariano Berges que intentó ayudarme a entender la sociedad y el mundo que nos rodeaba y a aprender a ser persona, ciudadano responsable y comprometido… Llegó la Reválida y como saqué buenas notas, algunas personas me recomendaron “apuntar un poco más alto que ser maestro de escuela”. Pues no: yo, sería maestro.
En los tiempos de la transición política de 1975 a 1978 cursé Magisterio en Zaragoza. Pude estudiar gracias a una beca-salario que me permitía pagar todos los gastos de estudiante e ingresar dineros en casa. En la Universidad aprendí poco, muy poco. Como mi expediente universitario fue muy bueno, enseguida me convertiría en funcionario de carrera por acceso directo y sin oposición.
Tras la Universidad llegó la mili donde aún aprendí menos. No me hice un hombre de provecho. Prefiero no escribir lo que aprendí en los cuarteles y en el ejército español. Pero sí que viví una experiencia emocionante, inolvidable y gratificante: enseñar a leer y escribir a soldados andaluces, extremeños, gallegos y canarios para cartearse con sus novias. Emocionante. Ya había aprendido que para enseñar y para aprender había que emocionarse.
¡Ya era el maestro en la Escuela!
En 1980 llegó mi primer destino de maestro en la escuela unitaria de Sancho Abarca con catorce niños de cuatro niveles. Creo que empecé haciendo las cosas bastante mal porque no me habían enseñado a ser maestro. Empecé a dar contenidos y contenidos teóricos, a “aburrir” a los niños, a agobiarme yo, a hacer continuos exámenes… porque eso era lo que habían hecho conmigo… Pronto me di cuenta de que los chicos aprobaban los exámenes pero se les olvidaba todo enseguida y pensé que así realmente no aprendían. En aquel momento creí que era un mal maestro, estando a punto de renunciar al puesto de trabajo. No lo hice por consejo de Mª Carmen Alayeto, maestra de Santa Engracia, que empezó a enseñarme a «ser maestro rural»: “Deja un poco de lado los libros de texto, enséñales lo fundamental e imprescindible, parte la pizarra en cuatro partes para cada curso, mientras explicas a los de segundo y tercero que los de cuarto den de leer a los de primero…”
Tras cinco años trabajando en Sancho Abarca, La Llana, Ejea y Tauste conseguí destino provisional en Zaragoza porque quería entrar en contacto con colectivos profesionales de innovación educativa como la Escuela de Verano de Aragón… y con novedosos programas claramente reformistas e innovadores como el de la integración escolar, según el cual en la misma escuela caben todos los niños, con sus diferentes capacidades y coeficientes, porque todos somos iguales y todos diferentes: la escuela inclusiva y compensadora de desigualdades. Un reto que perdura.
Esta filosofía es la que empecé a practicar en el Colegio Puerta Sancho de Zaragoza junto con un excelente equipo de jóvenes maestros entusiastas y decididos y sin miedo al cambio … “mandé más en mi clase que los libros de texto” y empecé a sentirme fraile salesiano: sabía que era necesaria otra escuela y que era posible a nivel de centro.
Conseguí una plaza de asesor de formación del profesorado en el Centro de Profesores de Tarazona. Ahí, crecí mucho profesionalmente por la formación recibida en Madrid para desarrollar mi función asesora y por el trabajo con muchos grupos y seminarios de profesores comprometidos.
Volví a la «Concentración de Ejea» donde aprendí también con las buenas prácticas profesionales de auténticos maestros y maestras como Mariano Villafranca, Francisco Asín, Ofelia Domínguez, Miguel Ángel Izuel, Ángel Domínguez, Pili y Merche Lafita, Ángela Pellicena… Y otra vez dejo las aulas para dedicarme a la formación del profesorado. Ahora ya en casa, en el Centro de Profesores y Recursos de Ejea como Asesor y como Director. Son mis «tiempos públicos» como Concejal de Educación y Cultura del Ayuntamiento de Ejea, Presidente del Consejo Escolar Municipal, consejero del Consejo Escolar de Aragón, colaborador con el Ministerio de Educación en el Proyecto Atlántida y Competencias Básicas, conferenciante, y responsable de la gestión de la Revista Ágora junto con Patxi Abadía… hasta que el Centro de Formación del Profesorado se cierra y vuelvo de nuevo al colegio Mamés de Ejea para agotar los cuatro años previos a mi jubilación.
Mi última vuelta a la escuela fue con la idea de ser tutor de una clase, de “enseñar a mis chic@s a aprender haciendo”, de ayudarles a ordenar sus cabezas, de sacar lo mejor de sí mismos, de aplicar el derecho de todos a la mejor educación más allá de tener un puesto escolar: una escuela inclusiva y pública de calidad no competitiva y compensadora de desigualdades sociales.
Me gusta que mis alumnos sean buenas personas, sepan aplicar el conocimiento teórico a la vida, sepan estudiar y dominen las técnicas de estudio, disfruten con la lectura, se expresen adecuadamente, razonen sus argumentos, interpreten esta compleja sociedad, piensen, razonen, sientan, amen, respeten … para que sean ciudadanos libres, responsables, comprometidos y con criterio.
Tengo muy claro que como MAESTRO no debo poner vallas al alumnado sino que debo enseñarles a saltarlas. Así de sencillo.
La escuela evoluciona muy despacio respeto a los trepidantes cambios tecnológicos y las evidencias científicas que nos muestra la neuroeducación. Pienso que es necesaria otra escuela pero que no interesa «ponerle el cascabel al gato». A «alguien muy poderoso» le interesa que la escuela no evolucione más. Tampoco es una preocupación ciudadana relevante. Ya lo será…
Mi jubilación está a la vuelta de la esquina tras 22 años en la escuela y 15 años dedicados a la formación del profesorado.
Al «dejar de dar clase» seguiré siendo un activista educativo en las redes sociales para ofrecer ayuda y experiencia a muchos maestros de escuela que creen que es necesario mejorar cada día, pero que no saben muy bien cómo pasar desde la orilla del hoy a la orilla del mañana.
Pero pasaremos… si los que siempre controlan todo nos dejan.
Alfonso Cortés Alegre
Ejea de los Caballeros, noviembre de 2016
Colegio de las Monjas de Luesia. (Conocer más)
11 comentarios
Hola, casualmente, a instancias de mi hija, estoy escribiendo unas páginas sobre algunas anécdotas de mi vida y me he encontrado con vuestros comentarios. Una parte de mi historia ha salido a flote. He terminado la que habla de Sádaba, Campello, Godelleta, Sádaba de nuevo y Villena donde dejé la Orden. Mis recuerdos son muy contrastantes.
Me alegra que alguien me recuerde como profesor, espero bueno, y como compañero.
Un saludo y un abrazo a todos vosotros.
Muchas gracias a todos por vuestros generosos comentarios. Se nota que sois amigos… y en especial al amigo Pepe Ramón, por esta ventana de comunicación con el mundo: Brasil con Jesús López, Silvia en Alcañiz, Julián por cualquier sitio, Javier en Zaragoza, Elvira y Susana desde casa…
Buen día
Hola Soy Jesús navarro de Oteiza y vivo en Brasil, habitante de la primera remesa del colegio salesiano adondé llegué en septiembre del 59. En estos momentos de pandemia en casa revisando fotos me deparé con la primera: el colegio en construcción. Y buscando en Internet quien fue el primer director, que se me ha ido de la cabeza me he encontrado con este escrito tuyo que refleja casi exactamente mis primeros años ( unos 6 antes que tú) desde mi infancia pasando por Sádaba, Campello, Godelleta cuando ya me salí. He seguido otra vida más técnica pero conservando vivencias, valores y gratísimos recuerdos. Muy bonito y emocionante
Citas a Valero y Miguel Angel; si son Carmelo Valero andorrano de Teruel, cantautor que vive en Italia y Miguel Angel Olaverri, arzobispo de Poite-Noire (República del Congo) fueron mis compañeros de primera hora.
Esta Navidad pasé por Sádaba que mi hermano cazador tiene una casita allí
Gracias por el reportaje. Un cordial saludo. jesús López
Estoy seguro que tu comentario, como otros anteriores, van a llenar de satisfacción a Alfonso Cortés. También a mi me alegra que mi página sea el hilo que une a viejos compañeros y amigos. Gracias por llegar a ella.
Cierta curiosidad y algo de nostalgia me ha conducido a esta página. Si Alfonso lee este comentario, me gustaría decirle que hay personas de las que recuerdas hasta los dos apellidos. Soy Antonio Hernández (alias «Toño») Estudié contigo en Sádaba y Campello. También he sido docente. Un abrazo
Buen reportaje Pepe. Alfonso refleja la verdadera vocación de maestro, mas allá de la formación ha sabido transmitir valores humanos.
Felicitaciones
Yo presumo y presumiré de haber trabajado con Alfonso Cortés… un ejemplo a seguir, antes y en el futuro seguro que también, porque los maestricos de escuela nunca dejan de serlo…
Un bonito, interesante relato de vida en el que hoy nos muestras esa parte menos conocida y más personal de Alfonso!!
No se trata solo de un trabajo vocacional, también hay que poner profesionalidad a la vocación que es lo que él ha hecho!!
Magnífico relato, entrañable y cargado de contenido. Me ha encantado. Un gran abrazo Alfonso.
Muchas gracias, José Ramón. Alfonso es una persona excepcional, y sabe transmitir su conocimiento a los niños. Un MAESTRO así, con mayúsculas.
Saludos cordiales,
Javier Cabello García
Cierto, José Ramón, qué importante y bello es cumplir la propia vocación…
Saludos y gracias por compartir el artículo,
Marisancho