Fernando Ezquerra Lapetra*, natural de Biota (Zaragoza): profesor, ensayista, escritor, conferenciante y experto en Humanidades. Es autor de diversas publicaciones de contenido medieval, en las que trata especialmente las lecturas de los programas iconográficos de los templos románicos en función de la filosofía neoplatónica, con particular interés ha estudiado la plasmación de los pensamientos de Juan Escoto Eriúgena y de Joaquín de Fiore en diferentes iconografías románicas. El análisis de contenidos literales de los símbolos y la evolución de los mismos a lo largo de la historia es otra de las manifestaciones de sus conocimientos. Es miembro activo del Grupo de Investigación medieval AILBE. Ha publicado numerosos artículos de investigación relacionados con el arte románico. Entre otras, también es autor de la novela histórica «Los traductores del Arba». Una novela ambientada en la mitad del siglo XII, en el año 1157, en la Valdonsella aragonesa, concretamente en una abadía en construcción, la de Biota.
Vista general del espacio ocupado por el antiguo cementerio medieval
Iglesia Parroquial de Biota «En origen, se ideó como un monasterio»
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La misteriosa caja del ábside y el banco de piedra de la iglesia románica de San Miguel de Biota
A una altura considerable, de tal manera que ni dos hombres, uno puesto encima del otro, pueden alcanzarla, existe una caja, practicada en el interior del muro norte del ábside de la iglesia de San Miguel de Biota.
En su origen, este templo estuvo en la órbita de los canónigos regulares de San Agustín. Durante el siglo XII, su derecho de patronato correspondía en exclusividad al obispo de Pamplona y a su cabildo. No se debe olvidar que durante toda la Edad Media, este templo perteneció, en lo civil, al rey de Aragón y, en lo eclesiástico, al obispado de Pamplona, formando parte del llamado Arcedianato de la Valdonsella. En este contexto histórico, San Miguel de Biota estaba en consonancia histórica tanto con los monasterios-castillos dotados de canónigos regulares, casos de Loarre, Montearagón o Alquézar, como con los monasterios-hospital, casos de Somport y Roncesvalles.
Por ejemplo, se conoce que Sancho Ramírez fundó, en 1086, la abadía de Montearagón en un castillo que había hecho construir cercano a Huesca para dirigir desde ese lugar estratégico las incursiones cristianas encaminadas a la conquista de la ciudad. Al frente de la iglesia y su castillo, puso el monarca a los canónigos regulares de San Agustín, procedentes de Loarre.
No conviene olvidar que Biota fue conquistada por Sancho Ramírez con la intención de asaltar desde esta fortificación todas las tierras llanas de las Cinco Villas aragonesas e incluso de la Navarra Baja, caso de Tudela.
Otra sería la función de los Monasterios hospitales como el de Santa Cristina de Somport, conocido en toda la cristiandad, a juzgar por el clásico testimonio de Aimerico Picaud, y a cuya orden de canónigos agustinianos, en 1216, acabó perteneciendo el templo de San Miguel de Biota. Por lo tanto, automáticamente, los clérigos de Biota pasaron a formar parte de la estructura jurídica y eclesiástica de esta nueva orden. Así, en 1247, esta relación jurídica se encuentra ya en toda su vigencia. No sólo eso, todavía hoy, en Biota, se encuentran topónimos que hacen referencia a estos nombres: (corral y camino de los) peregrinos, y (corral y camino del) hospital.
En los siglos XII-XIII, en Biota, residía una comunidad de clérigos y no sólo un cura párroco. En el momento de pasar bajo la órbita de la orden de Santa Cristina, el derecho de patrono lo tenía el Obispo de Pamplona y su cabildo, los constructores de este templo.
A pesar de que fuentes historiográficas se han empeñado en señalar que la edificación de este templo estaba relacionada con el linaje nobiliario de los Urrea, nada más lejos de la realidad. De hecho, esta relación jurídica del templo con el obispo y el cabildo de Pamplona todavía era recordada, con el paso del tiempo, por el capítulo de los clérigos de San Miguel de Biota. Así, con fecha de 15 de mayo de 1787, desde Cádiz, se envía al capítulo de la iglesia de San Miguel de Biota una carta en la que no sólo se notifica la muerte del vizconde de Biota sino que se suplican sufragios alegando que es patrono de esa iglesia como lo fueron igualmente sus antecesores.
Sin embargo, en una carta con fecha de 18 de junio de 1787, los clérigos responden que ni el capítulo ni la iglesia nada tienen que ver con el vizconde, que no es patrono, ya que tan sólo tiene derecho de presentación sobre el vicario, un derecho que dista mucho del derecho de Patronato. Además, le indican que no es patrono por derecho de construcción, ya que no hizo la iglesia y que tampoco lo es por fundación, ya que nada paga ni mantiene. Los clérigos de Biota, todavía en el siglo XVIII, lo tenían claro. La construcción de este templo la hizo el obispo y el cabildo de Pamplona.
No sólo eso. También le recuerdan al representante del vizconde que no tiene derecho por título pontificio, ya que lo hubiese mostrado cuando lo requirió el tribunal eclesiástico. Además, a través de la carta, igualmente le afirman que, en la donación del Rey a la condesa Violante de Urrea, nada se dice ni puede decirse de que se le diera derecho a patrono porque lo tenía el obispo de Pamplona y su cabildo que fueron los que lo cedieron, en el tiempo de Santo Domingo, al convento de Santa Cristina que trataba de juntarse en Jaca. Y también aseguran que el prior de dicho monasterio-hospital cedió a los clérigos de la iglesia de Biota todos los derechos por la redención anual que pagaba este capítulo al convento de Santa Cristina. Después, también recuerdan que el prior de Santa Cristina cedió esta iglesia de Biota y todas sus posesiones al Real de la Oliva, del Cister, donde pasó por una permuta.
Además, le informan que todo esto puede ser comprobado fácilmente si se escribe al abad de La Oliva; ya que, en otros tiempos, el vizconde había tenido pleito con el monasterio de La Oliva sobre el pretendido derecho de Patronato y no sólo fue condenado en costos sino también a perpetuo silencio. Acaba la carta, reconociendo que el capítulo de la Iglesia de Biota no se ve en la obligación de realizar los sufragios por el alma del vizconde.
Pero, no sólo los canónigos del templo de San Miguel tenían claro, todavía en el siglo XVIII, que la fundación y el patronato de esta iglesia de Biota no había recaído nunca sobre el linaje nobiliario de los Urrea. De la misma manera que los clérigos, el concejo acabó rechazando su vinculación jurídica con este linaje. Para los miembros del ayuntamiento, la villa de Biota nunca fue una propiedad jurídica del vizconde.
También a finales de ese mismo siglo, el concejo de la villa escribió una carta de respuesta al requerimiento por parte del vizconde al Ayuntamiento de Biota sobre el arriendo de las dehesas de los años 1719-1780. En esta carta, el concejo de Biota niega que la villa de Biota sea propiedad del vizconde. De hecho, el concejo le pregunta al vizconde sobre dónde consta que los antecesores del Vizconde reconquistasen de los moros la villa de Biota y sus términos, y menos aún el que quedase despoblada y la adquiriesen con título legítimo al tiempo de la expulsión de los moriscos. No sólo eso, le pregunta dónde están esos convenios y esos contratos que se dicen celebrados con los supuestos nuevos colonos. Y van más allá, lo desafían jurídicamente exigiéndole que el vizconde presente la Escritura de Carta Puebla, para los miembros del concejo de Biota el único medio legal de acreditar este género de contratos.
En su fundación, la iglesia de San Miguel de Biota tuvo como su patrón al obispo y al cabildo de Pamplona. Por si todos estos datos fuesen insuficientes, tampoco se debe olvidar que, en la actualidad, este templo comparte espacio con los restos de un claustro adosado a su cara norte, cosa que no ocurre en ninguno de los otros templos con los que se relaciona arquitectónicamente y estilísticamente esta iglesia. La existencia de esta arcada se convierte, así, en un dato arqueológico que sirve para poner de manifiesto que este templo formaba parte de un monasterio compuesto por iglesia, claustro y dependencias monacales. Además, la longitud de la pared de la iglesia a la que la galería estaba adosada y las marcas visibles de dónde apoyaba su techumbre permiten valorar que no se trataba de un claustro de escasas dimensiones.
Pero, después de poner al lector en antecedentes, volvamos a nuestro misterio románico.
Caja con doble cerrajería
La caja y los restos del banco de piedra, normalmente ocultados por el retablo renacentista
Todavía hoy, en el interior del ábside, se conservan dos elementos arquitectónicos que hablan de este carácter monacal: una caja excavada en el muro del ábside y un banco de piedra construido alrededor del presbiterio.
El primer elemento consiste en una caja practicada a considerable altura en la cara interior del muro del ábside, en su zona norte o lado del evangelio. Se trata de una caja, que todavía conserva una cerrajería doble. Por sus características y al carecer de datos historiográficos sobre su uso, este elemento puede recibir dos líneas de interpretación.
Para la primera, no haría falta salir del ámbito eclesiástico. Teniendo en cuenta que, hasta el siglo XVI, no se edifica una sacristía adosada a la pared sur del ábside de la iglesia, es evidente que esta caja abierta en la misma pared del lado del evangelio, podía tratarse de la antigua arca o archivo eclesial de la comunidad.
Allí, se conservarían tanto los documentos administrativos como los de carácter jurídico, es decir, los que eran justificación de los derechos y del patrimonio de la iglesia. También se guardarían los documentos que regulaban las funciones de los miembros del capítulo y su organización. Se trataría de un arca destinada a guardar la documentación de las prebendas o provisiones de los beneficios eclesiásticos personales de los presbíteros y los derechos de los racioneros asignados a esta iglesia, así como algunas reliquias y algunos de los objetos sagrados de mayor valor económico. De hecho, desde la alta Edad Media, en todas las catedrales, este conjunto de bienes era considerado el “tesoro” de la Iglesia, y estaba integrado por algunos libros, reliquias y también documentos.
Ahora, conviene recordar que, en 1216, los clérigos de Biota se convirtieron en racioneros de la orden de Santa Cristina de Somport. Y, en este contexto, tampoco se debe olvidar que los racioneros gozaban no sólo del derecho colegiado de hermandad, sino también el de celebrar sus juntas particulares. Además, tenían propio y distinto archivo y arca común, como sería el caso de los clérigos adscritos a la iglesia de San Miguel de Biota. No sólo eso, el hecho de la presencia de las dos cerraduras en la caja conduce hacia una realidad histórica.
El doble patronato de la iglesia, el obispo de Pamplona y su cabildo, pudo permitir en Biota la existencia de prácticas cercanas a las que se realizaban en las colegiatas y catedrales. No se debe olvidar que, todavía en 1439, en la catedral de Mondoñedo, Galicia, por poner un solo ejemplo, se prescribió que las escrituras del cabildo y sus privilegios se depositasen en un arca destinada al efecto, cerrada con dos llaves, en la que también se había de colocar el sello del cabildo. Las llaves se depositarían en manos de dos dignidades, una designada por el prelado y la otra por el mismo cabildo.
La segunda posibilidad de interpretación del uso de esta arca se interpretaría desde la posible relación entre el cabildo de la iglesia y el concejo municipal de la villa de Biota a la manera de lo que sucedía en Estella, Navarra, villa con la que, por cierto, la escultura románica de Biota comparte temas y rasgos formales. En la capilla del castillo, también denominada de San Miguel, dentro de un arca, se guardaba la documentación de los siglos XII y XIII. El arca tenía dos cerraduras: una de las llaves la guardaba el capellán y la otra el merino o juez. En el caso de Biota, las llaves del arca se las podrían repartir entre el vicario parroquial de la iglesia y algún representante del concejo de la villa. No se debe olvidar que, durante la Edad Media, las iglesias se utilizaban para realizar los concejos municipales.
De hecho, en el templo de San Miguel de Biota, todavía existe un canecillo en el que se representa a un personaje tocando un cuerno. Se trata de un instrumento musical de viento, de forma corva, que, generalmente se realiza con el cuerno de un animal y que, además, tenía el sonido como de trompa. En la Edad Media, este instrumento musical, que también recibe el nombre de bocina, no sólo era utilizado en las cacerías o batallas, sino también a la hora de llamar a concejo. Además, hasta su última reforma arquitectónica, en el exterior de las dos portadas del templo de San Miguel y rompiendo la parte baja de los fustes y basas de las columnas románicas, existían unos bancos de piedra corridos que bien podrían haber sido utilizados por el concejo de la villa. A su alrededor, se extendía el cementerio. No se debe olvidar que, como en el caso documentado de Logroño, bien pudo existir la costumbre de celebrar concejo después de misa en la propia iglesia, en el pórtico e, incluso, en el cementerio.
En este proceso explicativo de su posible funcionalidad, todavía hay que tener presentes otros detalles. Recordando que se trata de un arca practicada en el muro del ábside con sólo dos llaves y conociendo que la sacristía actual se edificó en el siglo XVI, en el siglo del conocido decreto de las tres llaves, promulgado por los Reyes Católicos el 9 de junio de 1500, con instrucciones precisas sobre la fabricación de las arcas destinadas a los archivos municipales, su datación es medieval. Si se hubiese construido a partir de 1500, sus llaves serían tres y habrían estado en manos del corregidor, del regidor y del escribano del ayuntamiento. Por eso, este detalle de la doble cerradura habla con más fuerza del origen medieval de la caja practicada en el ábside de la iglesia de San Miguel de Biota. De hecho, acercaría su construcción y ubicación en el interior del templo a otras semejantes, tal y como se documenta que, en época medieval, existían en tierras navarras. Toda esta segunda explicación, pone de manifiesto la posible relación directa entre los clérigos y el concejo de Biota.
En todo este contexto histórico, no se debe olvidar que, en este templo y en época medieval, ni se practicó un armario ni mucho menos existió una habitación-archivo. Como se ha comentado, la sacristía no se construyó hasta el siglo XVI. De todos estos datos, una cosa queda clara. En la iglesia de San Miguel, se excavó un arca, con su contrachapado y doble cerradura, directamente sobre el muro del evangelio del ábside, dato arquitectónico que indicaría tanto su construcción medieval como su utilización desde sus orígenes, es decir, desde que este templo se abrió al culto.
Pero, esta caja no viene sola. Existe un segundo elemento arquitectónico, tapado en circunstancias normales por el retablo renacentista dedicado a San Miguel, que habla de la importancia de este templo. Lo constituye el banco corrido, labrado a lo largo de la totalidad del muro interno del ábside y que, en su origen, estuvo destinado a la función de asiento del primitivo coro de los clérigos presbíteros.
Posteriormente, a los pies del templo, se realizó un coro elevado. Con el pasar del tiempo, en este nuevo coro elevado, se colocó tanto la sillería de madera (alternando sitiales con bancos corridos) como el órgano. Al margen del uso civil o eclesiástico del arca, no cabe la menor duda de que la presencia de este banco corrido en el presbiterio indica que, en su origen, se trataba de una comunidad de clérigos con derecho a hábito y sillón en el coro. No se debe olvidar que, en toda Europa, ya fuera en monasterios o catedrales y durante los siglos del Románico, las estructuras corales se localizaron en la cabecera del templo mediante el conocido sistema del “synthronon” de la primera arquitectura cristiana: un banco corrido adosado al muro perimetral de la cabecera, compuesto por una o más filas de asientos a ambos lados de la cátedra del prelado, sita en el eje axial del conjunto. Además, hay que recordar que los clérigos de San Miguel de Biota llevaban una vida en común: pues, pegada a la pared del evangelio y a juzgar por lo que todavía se puede observar en las piedras, tendría que existir el espacio reservado a la puerta que conduciría directamente al claustro del monasterio, cuyos restos arqueológicos, como se ha recordado, todavía hoy son visibles a simple vista, aunque esconden también su antigua función, la del eterno descanso de los clérigos de este monasterio.
Tampoco se debe olvidar que, al abandonar la órbita de la autoridad directa del obispo de Pamplona y de su cabildo y pasar a depender jurídicamente de la orden de Santa Cristina de Somport, adquirieron el estatus de racioneros dentro de esa misma orden. Pero, al estar adscritos a una orden religiosa, no abandonaron su vida en común ya que pasaron a ser considerados monjes de la misma. Más tarde, desempeñaron las funciones de racioneros músicos, tal y como se documenta que ocurrió en las llamadas capillas musicales de las Cinco Villas. Por lo tanto, tanto estos detalles arquitectónicos como los edificios construidos en torno a este claustro evidencian que la iglesia de San Miguel de Biota no fue pensada para formar parte de una sencilla parroquia. En origen, se ideó como un monasterio. Por eso y de forma ajustada a derecho canónico, pudieron acabar perteneciendo de forma natural a la orden de Santa Cristina de Somport.
Durante el siglo XII, el momento de la construcción de la iglesia de San Miguel de Biota, todo este conjunto formaba parte de las dependencias de un monasterio de canónigos regulares de San Agustín. No únicamente eso, el conjunto escultórico de las portadas de este templo se ideó para ser entendido por una minoría de hombres, clérigos y altamente instruidos, que conocían el pensamiento teológico de la época histórica. El conjunto de toda esta iconografía (las magníficas esculturas de sus dos portadas) se pensó de forma unitaria, es decir, al mismo tiempo; ya que se planificaron como las dos páginas de una única lección teológica, basada en la interpretación analógica o simbólica de la parábola evangélica del Hijo pródigo que, siguiendo y ampliando el pensamiento tanto de San Agustín como de San Ambrosio, había realizado el irlandés Juan Escoto Eriúgena. Una exégesis que había dejado plasmada en un libro, Periphyseon o Sobre las naturalezas, un tratado de filosofía teológica escrito a mediados del siglo IX y utilizado para la enseñanza en las grandes escuelas catedralicias del siglo XII a las que acudían estudiantes de todos los reinos cristianos de Europa y,especialmente, en aquellas gobernadas por los canónigos regulares. En sus dos portadas, ni se esculpieron imágenes para creyentes analfabetos ni se representó una Biblia para los pobres. En ellas, se esculpió una lectio theologiae original que, en su totalidad, no vuelve a darse en ningún otro conjunto escultórico románico. Por eso, se idearon y labraron imágenes que sólo se dan en este templo. Por esta causa, algunas de sus figuras no se encuentran en ningún otro lugar ni tuvieron continuación en el llamado arte gótico.
Esta singularidad, en la actualidad, ha llevado a que se agrupe al conjunto de maestros escultores que intervinieron en el embellecimiento de este templo bajo el nombre de Taller de Biota, acuñado por la doctora Marisa Melero, separando así esta obra escultórica de los nombres tradicionales de Maestro de San Juan de la Peña o Maestro de Agüero. No sólo eso, los maestros escultores se retrataron en piedra. De hecho, el 60% de las marcas de cantero que se dejaron en los muros de este templo hacen referencia directa a este oficio.
En este contexto, no se debe olvidar que, a mediados del siglo XII, llegaron hombres sabios de diferentes partes de Europa al valle medio del río Ebro con la finalidad de traducir todo el conocimiento del mundo árabe que se había encontrado en bibliotecas como las existentes en Tudela, Tarazona, Ejea o la misma Zaragoza.
Fueron hombres enviados por el gran abad de Cluny, Pedro el Venerable, quien estuvo de visita por estas tierras. Entre estos sabios, destacaron el inglés Robert de Ketton y el dálmata Herman de Carintia, los grandes introductores de la astronomía y de la alquimia, entre otros saberes, en el occidente cristiano. No sólo eso, Robert de Ketton se acabó integrando de forma plena en el Obispado de Pamplona. Según la historiografía, en 1143, lo encontramos ya como arcediano de la Valdonsella. Así, en 1155, el arcediano Robert, junto al obispo de Pamplona, Lope de Artajona, presiden juntos la consagración del templo de Santa María de Uncastillo, cabeza del Arcedianato de la Valdonsella y considerada la segunda iglesia del Obispado de Pamplona, después de su catedral. A pesar de estar redactado en latín, en el documento, a Ketton se le nombra como Magister Robert (sic), en la forma inglesa, y no por la forma latina Magister Rodebertus. Por lo tanto, existía conciencia de su lugar de origen. Tampoco se debe olvidar que un archidiácono o arcediano, entre otras cosas, además de ser Maestro en teología tenía que ser un experto en leyes, pues era juez eclesiástico y el administrador de los bienes de un obispado. Y, como arcediano, era el máximo representante del cabildo.
Pero, además, en 1216, la historia de este templo cambia para siempre. El 29 de junio, el Obispo de Pamplona Guillermo de Santonge entrega la iglesia de Biota al hospital y monasterio de Santa Cristina de Somport constituido en orden de Canónigos regulares de San Agustín. En este documento, el obispo de Pamplona dejó claras algunas condiciones, sin olvidar todos sus derechos y propiedades adscritos. De hecho, reservó para la mitra pamplonesa la cuarta y la cena episcopal. El documento no acaba con esta disposición personal. Su contenido jurídico es más amplio. Así, en relación a los eclesiásticos de Biota, se reserva el derecho de la ordenación de los clérigos que viven en este monasterio y también el de convocarlos a sínodo.
Por estos derechos que se reserva el obispo de Pamplona respecto a los clérigos que vivían en esta canónica, ya conocemos la función del monasterio de Biota dentro de su obispado durante el siglo XII y principios del XIII. Se trataba de un lugar en el que los clérigos se preparaban para ser ordenados como sacerdotes, lo que hoy conocemos como un seminario. Esta conciencia de ser la sede de formación de clérigos para ser ordenados sacerdotes también es recogida cuando el mismo obispo se reserva el consagrar de iglesias en Biota. Ahora, sabemos que hay más de una de época románica. Pero, el documento no acaba con estas disposiciones. El prelado iruñés lo tiene claro, también retiene y no pasa al monasterio hospital de Santa Cristina de Somport los derechos del arcediano y del arcipreste de Biota. En este contexto eclesiástico, la misteriosa caja practicada en la pared del evangelio y el banco corrido del ábside del templo de San Miguel de Biota adquieren toda su relevancia.
Nos encontramos en el interior de la iglesia de un importante monasterio de canónigos regulares de San Agustín en el que se formaban clérigos para ser ordenados como sacerdotes, es decir, en un seminario del siglo XII. De ahí, el valor simbólico de esta misteriosa caja practicada a una considerable altura en el interior el muro norte del ábside, junto a la puerta que comunicaba con el claustro y las dependencias monacalesde esta canónica.
De todos estos datos, tanto documentales como patrimoniales, se desprende que el origen y patronato de este templo no tiene nada que ver con todos aquellos análisis que quieren adscribir esta iglesia al linaje nobiliario de los Urrea. De hecho, por mucho que, posteriormente, algunos de los señores de Biota pleitearon contra los derechos que Santa Cristina de Somport poseía respecto a esta iglesia, acabaron perdiendo el juicio y fueron condenados a silencio. Además, en el siglo XIV, en 1397 concretamente, todavía existen evidencias documentales respecto a que la elección del vicario de Biota era acordada entre los clérigos y el concejo de la villa de Biota.
Después, el prior de Santa Cristina lo tenía que ratificar. Por lo tanto, los Urrea no intervenían en este proceso. En este mismo contexto, tampoco se debe olvidar que no fue hasta 1457 cuando el rey Juan II nombró a Jimeno de Urrea como I Vizconde de Biota.
El tiempo del románico quedaba muy lejos.
Tímpano de la portada sur
Restos del claustro y fotografía de alguna de las tumbas medievales que aparecieron en su interior (fotos del autor)
5 comentarios
No dudo que todos mereceis reconocimiento por vuestras atenciones. De mi parte muchas gracias.
Pascual y Pilar, muchas gracias por vuestras palabras. También yo espero que esta no sea la última colaboración con José Ramón. El patrimonio histórico de nuestra comarca de las Cinco Villas todavía guarda agradables sorpresas. Sobre «Los traductores del Arba», también espero que os guste. En la novela, encontraréis también parte de una historia no escrita hasta ahora. Como anécdota, en el libro, se habló de la segunda iglesia románica de Biota antes de que fuese felizmente hallada por Carmen Marín Jarauta. Algun@s teníamos noticia de su existencia por la memoria oral de nuestros mayores. Y es que la memoria viva de las gentes de nuestra comarca todavía tiene mucho material por indagar. De hecho, esta es la esencia que tan magníficamente ha sabido recoger Jose Ramón en esta página en la que nos reunimos tod@s los que amamos la hermosa comarca de las Cinco Villas aragonesas. Lo escrito, muchas gracias por vuestras palabras.
Interesante y completo artículo. Gracias a Fernando por escribirlo y a José Ramón por incluirlo en su blog. Una excelente combinación que esperamos no sea la última.
Gracias José Ramón por acercarnos a este estudio tan exhaustivo e interesante hecho por Fernando Ezquerra.
Me he quedado gratamente sorprendida por el trabajo de investigación que hace respecto a la iglesia de San Miguel de Biota, lo cual también nos invita a conseguir la novela histórica que ha escrito » Los traductores del Arba» y leerla con pasión , como seguro que él la ha escrito, y siempre acompañada con ese amor que como todos los que seguimos este blog, sentimos por nuestras Cinco Villas, donde hubo lugares tan importantes en la antigüedad y que hoy no debemos olvidar, como así nos ayuda este estudio de Fernando Ezquerra.
Enhorabuena Fernando por su dedicación y por su divulgación de la historia de nuestra comarca, especialmente de Biota.
Pilar
¡Muchas gracias José Ramón por invitarme a participar en tu brillante proyecto de promoción de nuestra querida comarca de las Cinco Villas aragonesas!