Juró que nunca volvería
y aquí está.
Sus ojos, ya viejos y cansados,
merecen el perdón por el quebranto.
Juramentos de guerra,
tiempos de espanto.
Hoy, sus manos temblorosas,
acarician las piedras de Santa María,
recuerdan quizá su infancia,
o su juventud perdida.
De bajada, calle Huesca y Mediavilla,
y ante un portal los recuerdos
florecen en sus mejillas.
Pero calla,
su voz aún sigue dormida,
desde que salió de Ejea,
humillada,viuda y vencida.
Al pasar el Salvador
tuerce el gesto,
reposando su mirada…
en la nada,
mira los muros que faltan,
y aquella pequeña puerta
que a la escuela daba entrada.
Siempre quiso ser maestra,
santa y republicana.
El resto del camino se hace lento,
duro e ingrato,
y la luz de sus mejillas
se va borrando,
llegamos al Campo Santo.
Ahora es ella
la que guía nuestro pasos,
poco a poco,
al punto exacto,
a esa parte de la tapia
lacerada por las balas,
donde ha dejado caer
las dos rosas que llevaba.
Del libro «Vivir las Cinco Villas» de la misma autora con 34 poemas.
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