Llegó varías veces a mi página como Firma Invitada y son muchos los escritos guardados de él para llevarlos a ese apartado; pero la muerte lo separó de nosotros el 7 de marzo de 2019, y sus escritos no han vuelto a llenar este espacio que tanto le ilusionaba.
Hoy 15 de Septiembre de 2020, que cumpliría 89 años, lo recuerdo como un buen amigo que conocí siendo niños en la calle Mediavilla de Ejea, donde vivíamos ambos, él con sus abuelos maternos D. Pedro Remacha y esposa.
¿Qué puedo traer de sus escritos en esta fecha que siempre he recordado? Cualquiera de sus textos nos hablan de aconteceres y circunstancias, que con el gracejo que nos tenía acostumbrados resultaban amenas e interesantes. Pero entre ellos, hay un escrito que nos habla, prácticamente solo de él, y considero que lo más acertado será traerlo en este momento, para que nos cuente él mismo, toda su trayectoria por la vida, su niñez y juventud, sus estudios y trabajos profesionales en la prensa escrita y la dedicación a la política y al servicio como Tecnico Superior en entidades públicas como la Diputación Provincial de Zaragoza.
Así lo cuenta con este escrito suyo:
AUTOBIOGRAFÍA A PASO LIGERO
Benjamín Bentura Remacha
Nací en Magallón, provincia de Zaragoza, el 15 de septiembre (fiesta de Santo Cristo) de 1931. ¿Por qué? Es sabido que en otros tiempos las madres iban a parir al pueblo de las suyas y mi abuela, Pilar Sariñena Parroqué, nació en Magallón porque su madre era magallonera. Su padre, Manuel, de Tauste. Mis tíos Ana, Ignacio y Manolo también nacieron en Magallón. Y mi hermana Gloria. Ocurrió que cuando mis padres se casaron en 1929, mi padre, ejeano, y mi madre, zaragozana, mi abuela Pilar, más conocida en Ejea por “la Benjamina” por haberse casado con Benjamín I, los mandó a cuidar de sus propiedades vinícolas, aceiteras y agrícolas a la villa de La Picarra, a la sombra del Moncayo. Mi padre, Benjamín II, y mi madre, Gloria, hija del notario de Ejea, Pedro Remacha, confiaron en los buenos oficios del doctor Íñiguez, de Sádaba, y sus dos primeros hijos vinieron al mundo en el pueblo de mi abuela. Iñiguez, además, fue mi padrino bautismal. Pero mi padre, que había cursado los estudios de Filosofía y Letras en la Universidad de Zaragoza y preparado su tesis doctoral (“El Hidalgo Payanés) en el Foro matritense, no aguantó mucho la tarea que le encomendara su madre y se fue a Madrid, ingresó en la primera Escuela de Periodismo que hubo en España, la de “El Debate” que dirigía Herrera Oria, luego arzobispo de Málaga, y, a los pocos meses, fue redactor de sucesos y cronista taurino del prestigioso diario. Lo que motivó que mi madre y yo nos fuéramos a la capital creo que a bordo de un coche de la Marca “Amilcar” que conducía mi tío Mariano Félez Bentura, ya por entonces pintor galardonado. Mi hermana Gloría se quedó con don Pedro y doña Jesusa, notarios de la capital de Las Cinco Villas. Hasta el 36 de bélico recuerdo una niñez normal con la compañía de dos hermanas más, María Luisa y Caridad, majas de Chamberí que era el distrito madrileño de la calle Modesto de Lafuente en donde vivíamos. Etapa tumultuosa que mi padre vivió con intensidad desde las columnas de “El Debate” hasta la muerte de Calvo Sotelo.
En aquellos años pasábamos los meses de verano en Sigüenza, pero ese año de 1936 nos envió a Vera de Moncayó, el primer destino de mi abuelo Pedro como notario y él salió desde Madrid hacia Zaragoza un par de días antes de comenzar el conflicto. Gracias a eso vivió cuarenta años más.
Mi primer recuerdo ejeano es un coche amarillo de la marca “Singer” con el que tío Manolo nos llevó a la Casa Bentura. También que, en plena conflagración, en los meses en que vivimos en Ejea con los hijos de mi tía Pilar, Manolito, María Pilar y Carlos, dormíamos en la planta baja de la casa de Ejea y que nos acompañaban los hijos de Antonio López que residían en el piso alto de dicha casa. Ramón López, electricista primero con “Sardina” y luego por cuenta propia en la casa que se construyeron los López en la incipiente avenida del kiosco de Marzo (zapatero, barman y banderilleo, sobre todo con pepinillos y anchoas) y los urinarios subterráneos, me contaba que alguna vez me bajó en sus brazos y que se ponían colchones y tableros en los balcones y ventanas por si algún avión de los que volaban sobre Ejea se le ocurría soltar alguna bomba. El caso es que en Paules y en Gallur había dos pistas de aterrizaje y que ambas estaban ocupadas por los cazas y bombarderos que pilotaban los alemanes y los italianos. Aprendí mis primeras letras en Ejea, antes de marchar a San Sebastián, donde mi madre y los cuatro hermanos mayores pasamos la guerra, mientras mi padre marchó a Badajoz a dirigir el diario “Hoy”. En San Sebastián vivíamos en la calle de San Martín y es curioso que mi más indeleble recuerdo tiene también relación con lo bélico: en la zona de la calle San Martín, donde los soportales, estos estaban protegidos por sacos terreros para posibles bombardeos y un día que apareció un aeroplano por la playa de La Concha sonaron las sirenas de alarma para que se protegiera la gente que paseaba por la arena o bajo los tamarindos.
Volvimos a Ejea, a la casa de mi abuelo, el notario de la calle Mediavilla y el día de la fiesta de la Virgen de la Oliva de 1939 hicimos la Primera Comunión mi hermana Gloria y yo y salimos en la procesión de la tarde. En nuestro recordatorio se señalaba que nuestras preces iban destinadas a la memoria del marido de mi tía Pilar, Manuel Cerrada, ingeniero geógrafo, que desapareció al comienzo de la contienda civil denunciado por una sirvienta de su chalet de Madrid, cerca del Hospital de Maudes, colonia de los ingenieros, y nunca más se supo de él.
Volvimos la familia completa a Madrid, a la calle Libertad, en ese mismo mes de septiembre y mi padre me llevó a presenciar la primera corrida de toros de mi vida, la de la confirmación de la alternativa de “Manolete” y Juanito Belmonte Campoy por Marcial Lalanda (“eres el más grande”) con toros de Antonio Pérez de San Fernando (“Ape” y Tabernero de segundo apellido) y el prólogo de Juan Belmonte y García como rejoneador. El toro me ha acompañado, y en parte inspirado, el resto de mi vida y mi trabajo.
Hice el ingreso del Bachillerato en el Instituto Ramiro de Maeztu con un examen tipo test en el que de cien preguntas contesté correctamente a más de noventa. El Maeztu era un instituto modelo, con instalaciones deportivas, un campo de fútbol en el que todas las mañanas hacíamos gimnasia todos los alumnos formados por cursos. Dirigían los ejercicios el capitán Marco y el gimnasta don Lino todo vestido de blanco, para volver a clase tras los recreos sonaba por los altavoces la Marcha Militar de Schuber y el campo de fútbol estaba rodeado de esculturas griegas, de entre las que recuerdo el Discóbolo, el lanzador de jabalina, de barra o peso. Teníamos sesiones de cine de Charlot, El Gordo y el Flaco y otras mudas de afamados cómicos, pero se me quedó en la memoria una versión de la sakespeárica “El Sueño de una Noche de Verano” que interpretaba el niño Mickey Rooney, que no creció mucho a lo largo de su vida, pero que cometió la osadía de casarse con Ava Gadner aunque su matrimonio, 1942, duró solo un año. Esto, las clases de dibujo del profesor Cobos, portero del equipo de fútbol de la Ferroviaria aunque tenía que jugar con gafas atadas a la nuca, los huérfanos del bando nacional que iban vestidos con camisas azules, boinas rojas, correajes y botas de clavos, las dos residencias de estudiantes, la normal y la hispanomarroquí , en la que residía el hijo del Jalifa y de otros altos mandos del Ejercito que apoyó a Franco, las frecuentes visitas al Museo del Prado que pudieron ser el inicio de mi gusto por la pintura y la escultura, la idoneidad de los profesores y la libertad quizás excesiva para aquellos tiempos. Tres cursos de bachiller y mi enfermedad derivada de las frecuentes amigdalitis que sufría a pesar de que a los tres años me las extirpó el doctor Garrido Lestache. Años después, tras pasar tres meses en el campamento de Robledo de las Milicias Universitarias, sufrir fiebres reumáticas volvieron a extirpármelas, pero en esta ocasión con un sufrimiento más acentuado.
A principios de 1946 y como consecuencia de ese soplo cardiaco, mis padres consideraron que me vendría bien un año sabático en Ejea con mi abuela Pilar y mi tío Manolo. Fui a Zaragoza en tren y con mis 14 años inexpertos y temerosos. A la espera de seguir hacia Ejea fui a visitar a mi tía Agustina que estaba casada con el ingeniero de Caminos Blas Berni y que acababa de dar a luz a su quinto hijo, Jesús. Estábamos ella y yo degustando una chocolatinas que mis padres me habían dado cuando el lloro del recién nacido hizo que Agustina fuera a su habitación, se sentara en su cama para acunar a su hijo y de repente cayera hacia otras, musitaba un sentido ¡ay, mis hijos! y moría instantáneamente. Acudió Lorenza, la señora que gobernaba la casa y la amplia prole, llamó a mi tío Blas, llamaron a los médicos… Nada. Para mí fue un impacto determinante y durante muchas noches siempre pensaba en lo mismo: en las chocolatinas y que si estas habían determinado la muerte de mi tía Tina, morena de pelo, mirada chispeante, alegre y divertida como casi nadie lo había sido en la familia de los Bentura Sariñena, taciturnos y silenciosos quizás porque su padre, Benjamín, murió muy joven, en 1912. Como consecuencia del fallecimiento de mi tía se cambiaron los planes y me fui con mis tíos Ignacio y Adelaida a Tauste. Un mes a acelgas. Mi tía Adelaida me las puso en cada comida hasta que les encontré el gusto. Don Antonio, el médico taustano, hombre de ingenio sutil y elegante, no respondía de mí una noche que nos invitaron a anguila guisada. Venía de Madrid, donde hubo tiempos en los que no había ni pan. El fútbol como entretenimiento apasionado sobre todo si jugaban los dos gallitos, los de Tauste y los de Ejea, y mucho campo con mi tío Ignacio que tenía un Ford Galgo de 17 caballos y “ahitepudras” señorial y lecciones de humanidad que no olvidaré jamás. Cayó un aguacero tremendo y mi tío me llevó con él a ver las consecuencias del meteoro: “Ves, Benjamín, ha pasado la riada y los arboles fuertes, chulos, están con las raíces fuera de la tierra. Los más delgados y flexibles se han agachado, han dejado pasar el agua y luego se han puesto otra vez de pie. Es lo que hay que hacer en la vida. ¡Que pase el temporal!”
Cuando llegue a Ejea mi abuela procuraba mandarme encargos y hasta me propuso ir a Magallón para recoger unas llaves. Entonces había que tomar el tren hasta Gallur, luego tomar otro hasta Cortés de Navarra y finalmente un “escachamatas” más que llevaba hasta Borja y pasaba por Magallón. Encargos de pan para los que estaban en el monte, pintar los sacos con las iniciales P S con unas plantillas metálicas, pintura negra y pincel, bajar a las cuadras cuando alguna mula tenía el torzón y había que tumbarla en el suelo y darle friegas en la tripa con una arpillera empapada en aguarrás, al banco, a comprar a casa Berni o a poner orden en las llaves de sus haciendas. Mi tío Manolo se manejaba con un diminuto Opel de cola de pato que dos artistas y artesanos le convirtieron en una “rubia” al estilo de las furgonetas americanas. Rodeos se encargo de la mecánica y Agapito del armazón de madera de la especie de mini-camioneta improvisada. Había muy buenos artesanos en Ejea y mucha mano de obra que se fue diluyendo con los tractores y luego las cosechadoras automotrices. Una llegó a nuestra casa y vino el No-Do a divulgar sus excelencias. Pedro Rodeos se atrevió a desmontarla y a base de torno reproducirla. “Cosechadora Rodeos” se anunciaba en Andalucía. Pero le fallaron los motores Barreiros y, al final, la conocían por el sobrenombre de “La Niña de Fuego”. Por cierto que a mi tío Manolo le gustaba el flamenco y los productos de González Byass. Su representante en Zaragoza “El Perras”, era íntimo amigo suyo, los futbolistas, militares e industriales. Fin de semana en Zaragoza de los tres Manolos, Berni, Navarro y Bentura y excursión a Jerez cuando mi tío cambió la artesana furgoneta por un 4×4 de la casa Renault. Los médicos eran por entonces Benavides, luego alcalde y promotor de la plaza de toros, Ambrosio Aznárez y José María Dehesa. 1946. Año importante para Ejea torero porque en el mes de junio nació Miguel Peropadre, el primer matador de toros de lugar tan pródigo en la cría del ganado bravo. También hubo un acontecimiento teatral al que me invito mi tío Manolo. Treinta pesetas por tres funciones de teatro con don Enrique Borrás de cabecera de cartel. Creo que fueron “El Alcalde de Zalamea”, “El Cardenal” y “El Abuelo” las tres funciones interpretadas con el mismo vestuario porque no llegaron los otros dos. El señor Borrás era un gran figura de la escena que recitaba en español y catalán con una solemne ampulosidad. El gesto, la fuerza, la elegancia de movimientos y esa voz que reforzaba toda su maestría interpretativa. ¿Cómo es que vino a Ejea don Enrique Borrás? Muy sencillo: porque Pepe Ventura (que se ponía con v por propia decisión) era el dueño del Salón Imperio y tenía mucha amistad con el famoso actor. Años antes había cedido su local para un mitín-festival a favor de los niños rusos en el que cantó mi madre acompañada al piano por Leonor Arregui y para otro a favor de las víctimas de la catástrofe militar en Marruecos en el que se puso en escena no sé qué obra de teatro y en el que la apoteosis corrió a cargo de Gloria Remacha “que sabe remachar sus glorias y acrecentarlas con su garganta prodigiosa” y Leonor Arregui, el dominio maravilloso del teclado. Sé que en este festival se recaudaron mil pesetas pero no tengo constancia de los años en que ambos se celebraron. Oí cantar en alguna ocasión a mi madre y puedo testificar que tenía una gran voz de soprano dramática y que el elogio del tenor Hipólito Lazaro no fue suficiente para que iniciara tal carrera artística. Crió a seis hijos en años turbulentos y sobrevivió hasta casi los 94 años. Murió el 19 de febrero de 1998, a punto de cumplir la edad señalada, 88 años después que mi abuelo Benjamín I y con la coincidencia de que nació el 31 de marzo de 1904, el día de San Benjamín.
Volví a Madrid para iniciar el cuarto curso de Bachillerato en los Hermanos Maristas de la calle Fuencarral de Madrid, cerca de la calle Harzenbuch, el autor de “Los Amantes de Teruel”, la glorieta de Bilbao y la de Quevedo, Malasaña y Luchana. Note mi buena preparación del Maeztu y la marcha transcurrió plácida y sin sobresaltos hasta la Reválida final. Inicié la carrera de Derecho en la calle San Bernardo de Madrid y la completé en Salamanca. Hice también Periodismo y debuté como cronista taurino en la revista El Ruedo en 1950. No pasaba de colaborador y por eso me decidí a fundar una revista nueva, Fiesta Española, en lucha con la Iglesia , “Dígame” y el Movimiento, “El Ruedo”. Me ayudó mucho en mi pelea por crear un nuevo medio de comunicación Encarnita López Molina, murciana, astuta y decidida. Fue una pena: murió muy joven de leucemia. El más listo, Manuel Molés. Vino a Fiesta de la mano de Encarnita para escribir de teatro, pero cuando me abandonaron Zabala y Gordillo por las buenas artes del señor Polo, director de “El Ruedo”, Moles Usó, que me confesó haber visto en su vida una corrida de toros en Castellón, se hizo con los mandos y ahí lo tienen. Durante la época de Fiesta Española tuve mucho contacto con Ejea y sobre todo por el empeño de mi padre de celebrar un festival para aportar “jalleres” para la restauración de la iglesia de Santa María. Hubo mala suerte y el día del festejo cayó más agua que en todo el año y hubo que aplazar el festejo. Entonces nos falló Antonio Ordóñez que era el faro del cartel y, al final, mi padre tuvo que poner dineros de su bolsillo. Yo por entonces viajaba mucho y siempre en mi camino estaba la parada en Ejea. Aguanté lo que pudo con “Fiesta” y, al final, me pasé al periodismo integral en “El Alcazar”. Fue la década de los 70 en la que junto a la crítica taurina, por la mañana cerraba el periódico en la imprenta, confeccionaba las portadas, escribía reportajes, iba de enviado especial a los secuestros de la ETA y hacía cursos en los Ejércitos de Tierra y Aire. Vivía a tope el periodismo y me revolucionaba con las nuevas técnicas. Llegue a ser Jefe de la Sección de Nacional y me vine para Zaragoza cuando dimitió el director Antonio Gibello, una gran persona , No podía aguantar tanta presión política. Me vine al “Aragón Exprés” de redactor jefe. Duré un año con los Fombuena que no vieron con buenos ojos que me presentara a las elecciones municipales de 1979 por la UCD. Me despedí, fui teniente alcalde cuatro años en Ejea de los Caballeros y me aparte de la bulla política. En la Diputación de Zaragoza cree el Departamento de Información, algo novedoso en las municipios y diputaciones, dirigí la revista “Zaragoza” durante cuatro años y luego, como técnico superior, tenía la responsabilidad de la tienda de cerámica, la fábrica de Muel, Veruela y la Plaza de Toros. Como parece lógico por mis orígenes y mis actividades profesionales, mi ojo derecho era la Plaza de Toros, su recuperación. Se empezó por la limpieza de la fachada que resultó una sorpresa porque no se había tocado desde 1918, cuando se remató la ampliación de la plaza. Después las cuadras, los chiqueros, el desolladero, las taquillas, los aseos, la enfermería, las oficinas, las gradas y las andanadas, el patio de caballos, el cambio del desfile de cuadrillas, los luminosos con los detalles de toros y toreros y piezas musicales que interpretaba la Banda de la D.P.Z., las viviendas del conserje y el corralero y muchas cosas más que a los veinte años de mi obligada jubilación han convertido a la plaza de Zaragoza en la mejor plaza de primera de España, por encima de la de Sevilla que tiene cuatro años más de antigüedad pero muchos más inconvenientes para el público, para los toreros y para los que tienen que manejar Ganados y personal.
Estuve 17 años en la Diputación, actué de comisario de numerosas exposiciones, colaboré con dos señores diputados, Ángel González Enguita y Eduardo Aguirre, de distinto signo político pero semejante calidad humana, reunimos a las peñas, complementamos los premios a los que no llegaban ellas, hablamos, dialogamos, llevamos la difusión taurina a los pueblos y me despedí por imposición legal con un festival de homenaje a Goya en 1996, con exhibiciones del toreo popular, saltos, recortes y cuatro novillos utreros para Marquitos y Paulita y dos erales para Ricardo Torres. Fui comisario de más de una docena de exposiciones y colaboré en la cubierta de la plaza y en la vuelta al coso de Pignatelli de los festejos populares. Visitas guiadas de colegios y el regreso al tendido zaragozano de don Francisco Goya con la estatua en bronce de Arcón. Me olvidaré de muchas cosas porque fue intensa la dedicación a esta joya escondida que es la plaza de toros de Zaragoza. Ahora pediría a sus responsables que le den más vida. Que la enseñen, que la exploten. Es un gran templo que no se puede dedicar únicamente al culto de tauro. Su ubicación y sus instalaciones merecen la mejor atención y una pródiga imaginación. Tenemos en una caja fuerte las estampas goyescas de la Tauromaquia. ¿No podrían exhibirse en algún lugar de la plaza?
Bueno, yo ya he pasado la línea roja de mi vida. He contado parte de mis circunstancias y no la más importante. Estas: la de mi matrimonio con Mari Car,men Aznárez Mayayo, de Rivas, julio de 1972, mis dos hijos, Benjamín e Ignacio, sus mujeres, Ana y Elena, y mis nietos, Diego, Blanca, Benjamín V y Mariela. Estos son mis poderes. Ellos serán los que alguna vez hablarán ¿bien? de mí. Sobreviviré.
Sin comentarios