Programa «Semana Santa. Ejea de los Caballeros 2016»
En esta semana del mes de Marzo, la información de actos y procesiones religiosas cargadas de devociones al acompasado ritmo de bombos y tambores, que han conseguidos que dos poblaciones como Tauste y Ejea, hayan sido declaradas su «Semana Santa», «Fiesta de Interés Turístico Cultural de Aragón», estarán presentes en todos los medios informativos de nuestra comarca.
Desde este blog, me felicito por ello, sin incidir en la misma información y me limito a reflexionar sobre la Semana Santa, aplicada a nuestra actualidad, leyendo lo escrito por Juan Manuel de Prada.
UNA PASIÓN ESCONDIDA
Tal vez sea el relato de la Pasión de Cristo la historia más divulgada y conocida de cuantas nos han sido transmitidas, de generación en generación, a través de los siglos. Todos, creyentes y no creyentes, podríamos reconstruir ese relato a través de sus escenarios más característicos (Getsemaní, el Pretorio, el Calvario, etc) y recordar a sus villanos más crueles (Judas Iscariote, Caifás, Pilatos, Herodes etc.), así como a las figuras samaritanas que ofrecieron consuelo a Cristo en medio de la tribulación, desde el Cireneo que le ayuda a llevar la cruz, hasta el centurión romano que reconoce su filiación divina.
Para el creyente no hay relato más inspirador, pues en él se condensan los mayores misterios de su fe aureolados de dolor; y quizás también para el incrédulo, pues en la Pasión de Cristo se le muestra la más pavorosa de las iniquidades, que es la condena del inocente. Tal vez la frase que mejor resume ese relato de la Pasión sea aquella que Jesús pronuncia colgado en la cruz, apenas unos instantes antes de expirar:
“¡Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen!”.
Pero junto a esta Pasión tan divulgada por la iconografía, existe otra pasión mucho más discreta en la vida de Jesús de la que apenas se habla; una pasión escondida y no concentrada en los últimos días de su existencia terrenal, sino repartida a través de los tres años que duró su vida pública.
En esta pasión escondida no hallamos los escenarios característicos de la Pasión canónica, sino paisajes humanos
exultantes, muchedumbres que aplauden a Cristo, que lo aclaman enfervorizadas, que salen a recibirlo con palmas y laureles, que lo vitorean con entusiasmo y que jalean sus milagros. En esta pasión escondida no hallamos villanos crueles empeñados en dañar a Cristo ni tampoco samaritanas que lo consuelen, sino que son sus seguidores, a veces incluso sus propios discípulos, quienes muy cariñosamente lo afligen.
Cuando recorremos los diversos episodios de esta pasión escondida, intuimos que Cristo hubo de sufrirla sobremanera, sobre todo porque le tocó soportarla en secreto, ante la indiferencia de quienes lo rodeaban, los cuales ni siquiera eran conscientes de que lo estaban afligiendo. Tal vez la frase que mejor podría resumir esta pasión escondida sería una que dijese más o menos así: ”¡Padre, perdónalos porque no han entendido nada!».
Esta pasión escondida es la que Cristo padeció por causa de la incomprensión. Una pasión que, sin duda, debió resultarle muy amarga y torturadora, porque no se la infligieron quienes lo odiaban, sino quienes presumían de ser sus seguidores.
Podemos imaginar su desolación, por ejemplo, cuando descubre que las muchedumbres que lo aclaman lo confunden con un líder político.
Podemos imaginar su tristeza cuando descubre que el joven rico, que afirma querer seguirlo, no está dispuesto a despojarse de sus posesiones.
Podemos imaginar su consternación cuando escucha las peticiones de la madre de los Zebedeos (Santiago y Juan), que anhela para sus hijos medallas y agasajos, o sea, los primeros puestos de su Reino. Podemos imaginar su desaliento cada vez que lanza una pregunta aguda a sus discípulos y obtiene de ellos a cambio una respuesta roma o ramplona. Podemos imaginar su fastidio cuando comprueba que las mujeres que lo piropean (“Bendito el vientre que te llevó y los pechos que te criaron”) son las mismas que desatienden sus predicaciones.
Podemos imaginar, en fin, su enfado cada vez que los discípulos trataban de apartarlo de su misión y le invitaban a rehuir de la crucifixión (de este enfado ha quedado constancia en algún pasaje de los evangelios: “Apártate de mí, Satanás”, le dijo Jesús a Pedro al poco tiempo de haberle confesado como el Mesías y como el Hijo de Dios).
Es cierto que en esta pasión escondida no hallamos flagelación ni corona de espinas, ni vinagre ni clavos, ni demás instrumentos torturadores propios de la pasión canónica de Cristo. Pero a cambio hallamos un abismo de incomprensión, de tergiversación voluntaria o interesada, de reduccionismo partidista y abaratamiento de su doctrina no menos doloroso, aunque sólo sea en un sentido espiritual.
Sobre todo, porque tal dolor es provocado por la incomprensión de los amigos que, a la vez que lo vitorean, tratan de manipular o de reducir el sentido de sus palabras, de modo que se acomoden maliciosamente a sus propios intereses.
Un viacrucis que tratara de compendiar los episodios de esta pasión escondida de Cristo tendría muchas más de quince estaciones. Y desde luego, inspiraría muy sabrosas meditaciones; pues nos enseña que quienes nos celebran y nos aplauden no siempre son quienes mejor nos comprenden.
2 comentarios
Me alegro por qué, de Tauste y Ejea, su Semana Santa haya sido declarada Fiesta de Interés Turistico Cultural de Aragón. También me parece interesante el artículo o la reflexión sobre Jesucristo y yo diría que a las personas nos cuesta mucho reconocer nuestros fallos y ser agradecidos. Ya que hay amistades que como dice el refranero castellano que mientras la higuera tiene higos tiene pájaros, se acaban los higos y se acaban los pájaros. Un saludó y felicidades con algunos días de retraso.
Me gusta apuesten por estos profundos temas, sin olvidarsen de su comarca de Cinco Villas, que tanto admiro. Fran